Francisco Louça
Catedrático de Economía de la Universidad de Lisboa

¿Y si de repente Uber le ofrece flores?

Sí, porque es más barato, escriben muchos que comentaron mi artículo anterior que preguntaba «¿De verdad quieres vivir en Uberlândia?» Porque estamos hartos de los taxis. Sí, porque sí, es moderno.

Estas tres razones tienen fundamentos, basados en la experiencia, que son parte de la vida. Y, sin embargo, me parece tontos y cortos de miras. El precio es el más obvio: con menos costes legalmente regulados, una empresa que pretende organizar un servicio personal y no el transporte colectivo, puede empezar con precios más baratos y soportar perdidas significativas, como hace Uber a nivel mundial. Sin embargo, cualquier multinacional existe para tratar de crear un monopolio, esta no es una excepción y por eso los precios siempre serán un problema. Si cree que Uber, una compañía por valor de 40 mil millones de dólares, no está en esto para hacer dinero, sino para ayudar bondadosamente, se equivoca. Si tiene éxito, los clientes lo sentirán.

Pero lo que quiero discutir es el otro argumento, que es bueno porque es moderno. Cuidado, ante todo. Lo moderno puede ser socialmente útil (vacunas, rayos X, la radio y la televisión por cable, el reloj de cuarzo, los teléfonos inteligentes, incluso Netflix) o peligroso (bombas nucleares, armas químicas). Cuidado con las generalizaciones.

Ahora, ¿por qué Uber y otras compañías del mismo tipo son modernas, o en que consiste la modernidad que nos ofrecen? De acuerdo con su propio discurso, son liberadoras o incluso libertarias: estas empresas se comparan inmodestamente con Gandhi o con los pioneros de la lucha por los derechos civiles y contra la discriminación racial en los EE.UU. Si es así, no tendrían otros intereses que los de los clientes, liberando a los consumidores de las cadenas de un pasado corporativo de pequeños patrones codiciosos o de intereses vagamente mafiosos, que todo lo embarran. Si es así, sería extraño que en este empeño por el consumidor nos ofrezcan un transporte sin ley y sin cumplir con los requisitos mínimos que en Portugal se han establecido para proteger a los pasajeros del transporte público.

Me pregunto entonces si la regla de no respetar las reglas es tan moderna. Cuando Trump nos dice que es inteligente porque no paga impuestos, ¿no lo hemos escuchado antes? ¿No nos acordamos de no hace tanto cuando la ley quedaba fuera de las empresas, que eran territorios independientes y que definían sus propias reglas sin que los tribunales y el derecho laboral pudiesen interferir?

Sorprende por eso que se ponga la etiqueta de «modernidad» a este propósito y modelo de negocio. Incluso se ha enmarcado en lo que se ha denominado «economía del compartir» y la «economía cooperativa», magníficas expresiones. Hasta creamos puestos de trabajo para los parados (que tienen coche presentable y una corbata), dicen los empresarios uberianos. Los unos para los otros, añaden (y el ministro acredita que se trata de transporte privado, que son personas de buena voluntad que se llevan los unos a los otros a cambio de una compensación modesta).

Permítanme no estar de acuerdo: al atacar a uno de los sectores más vulnerables socialmente, los taxistas, lo que estas empresas nos están ofreciendo es una trinchera para desencadenar una vieja batalla que ha sido pospuesta. Ellos son la encarnación de la «economía de los sirvientes» una economía sin ley. O la «economía de la chapuza» para ser más delicado y utilizar la expresión de la siempre correcta Hillary Clinton.

La diferencia en relación con la modernidad es bastante evidente. Hay empresas cooperativas modernas, incluso algunas con intereses económicos. Un ejemplo de empresa cooperativa es Wikipedia, no Uber. Lo que Uber, y otras compañías como ella, hacen es desarrollar un modelo de negocio donde el trabajador no trabaja, hace una chapuza, sin salario pero a comisión, sin contrato pero con un link.

Por lo tanto, es un paso en el camino más peligroso contra la modernidad: sí, la modernidad es el principio de una ley universal que protege a los débiles contra los fuertes. El paso anterior fue pasar del trabajador al precario. Perdió el contrato y sus derechos. Hemos perdido la oportunidad de mejorar su nivel de vida con una mejor educación y así comenzó la erosión de los sistemas de representación democrática. Para toda una generación, esto significa que los licenciados y licenciadas convergen en el salario mínimo. Pero el nuevo paso en Uberlândia va más allá. Con este modelo, ya no habría precariado, porque pasaríamos a tener un chapuzariado. Sin contrato estable o precario, sólo recibiría una comisión de vez en cuando de un patrón inaccesible y oculto en un ordenador cercano. No existe una relación jurídica, nadie es responsable, la ley de la selva es la única ley. Algunos dicen que es mejor que nada, que es precisamente la forma de justificar que sea casi nada. Las reglas del juego están realmente cambiando.

Por eso, querido cliente de taxi que cambia a Uber porque es más barato y más moderno: si de repente Uber le ofrece flores, desconfíe aunque le gusten. Lo que este modelo quiere para su hija es una vida sin rumbo, a la espera detrás de una pantalla de ordenador de la orden de un Gran Hermano que le cobra una comisión y que le dice: móntate la vida, lucha en la calle, súmate a la red y tendrás clientes, que te acompañe la suerte.

NB-Dos lectores señalaron que Uberlândia es también el nombre de una honrada ciudad en Brasil, que no tiene nada que ver con estos negocios. Tienen razón. Sin embargo, creo que se entiende la metáfora.

©Sin Permiso
Traducción: G. Buster

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