Aster Navas

Yo colindo, tú colindas, él colinda

Según Gun Violence Archive (GVA), una base de datos sobre violencia armada en EEUU, en 2020 más de 19.000 personas –sin contar suicidios– han perdido la vida en el país en incidentes con armas de fuego. Es la cifra más alta en veinte años.

Hoy he escuchado en el metro decir a una señora «nosotros colindamos...».

Uno de los detalles más desconcertantes de esta pesadilla es la normalidad con que la gente utiliza ese léxico especializado; la naturalidad con que pronuncia «antígeno, incidencia acumulada, confinamiento perimetral o carga vírica». Gente normal; gente como usted y como yo a la que se le escapa cada dos por tres un «astrazeneca».

Gente que segundos antes te ha preguntado por tu familia, por la final de Copa. No sé... vecinos, el carnicero...

Nadie en su sano juicio hubiera esperado hace años que esa mujer llegara a conjugar ese verbo. Muchísimo menos ella misma. Era casi tan improbable como que acabara llevando un arma de fuego en el bolso; al menos en Europa.

Resulta, al respecto, curioso cómo la información que nos llega de Estados Unidos se construye con fotogramas, como mucho con escenas, que subrayan la discriminación racial. Nadie nos cuenta, porque no resulta rentable, toda la película, salvo cuando el descalabro, el fusil de asalto irrumpe en un colegio.
Las últimas instantáneas de esos tiroteos nos llevan a Minesota (caso de Daunte Wright) pero todos tenemos en la retina muchas más a cuál más indignante.

Hay evidencias que confirman la relación de esos episodios con un racismo enquistado del que los propios americanos son conscientes. Más contundentes para confirmarlo que los vídeos virales de los telediarios son los rigurosos informes de The Sentencing Project (sociedad independiente que pone cada año en un brete el sistema penitenciario de su país). Esta ONG maneja números y datos incontestables que podemos resumir en una frase: un hombre de raza negra tiene seis veces más posibilidades de ser encarcelado que uno blanco, y 2,5 veces más que uno latino.

Sin embargo conviene no olvidar que esos hechos se producen en un determinado contexto del que sólo somos conscientes cuando nos adentramos en el escenario. En ese sentido resulta muy elocuente lo ocurrido recientemente en Chicago (la versión oficial explicó que Adam Toledo llevaba un revólver, pero el vídeo parece mostrar que ya lo había tirado cuando recibió el impacto) o en el hospital de Columbus (Ohio) –caso de Miles Jackson–.

En todos ellos la defensa oficial y oficiosa de los agentes, su argumentario se ha construido sobre la evidencia (que luego se convirtió en posibilidad, más tarde en sospecha, posteriormente en indicio...) de que la víctima portara un arma de fuego.

Según Gun Violence Archive (GVA), una base de datos sobre violencia armada en EEUU, en 2020 más de 19.000 personas –sin contar suicidios– han perdido la vida en el país en incidentes con armas de fuego. Es la cifra más alta en veinte años. Parecería Yemen.

Porque uno de los detalles más importantes es que cuatro –el porcentaje ha crecido exponencialmente con la pandemia– de cada diez estadounidenses están armados y pocos parecen si hacemos una lectura literal de un párrafo -la famosa Segunda Enmienda- de su Constitución:

«Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se podrá restringir el derecho que tiene el Pueblo a poseer y portar armas».

Muy interesante, por cierto, al respecto las conclusiones a las que llega el jurista Hernández-Pinzón tras un análisis detenido y despiadado de esas líneas: cuando la columna vertebral del documento marco de un país se construye con esos mimbres, mal vamos.

A nadie se le escapa tampoco el carácter de lobby de la ACNR y su protagonismo en esta peli de vaqueros. Esclarecedor al respecto el artículo de Amanda Mars en "El País", "El verdadero poder de la Asociación Nacional del Rifle" del que tomo un par de cifras: cinco millones de miembros, inversión de treinta millones de dólares (veinticuatro millones de euros) en impulsar la candidatura de Donald Trump a la Casa Blanca.

La periodista se apoya en la opinión de Adam Wrinkler, profesor de Derecho de la Universidad de California, especializado en la regulación de armas que se muestra categórico: «En EEUU hay mucha gente que decide su voto sobre la base del derecho a tener armas».

Para visualizar la situación que se genera viviendo en esa santabárbara podríamos hacer spoiler y recordar el final de la película Gran Torino, un auténtico duelo: Kowalski (un octogenario, no lo olvidemos), juega con esa probabilidad nada remota, alimenta esa certidumbre que abrigan esos jóvenes «colindantes» que lo acaban acribillando cuando se lleva la mano al interior de la chaqueta donde sólo lleva un mechero.

Porque uno de los detalles más desconcertantes de USA es la normalidad con que la gente puede sacar una pipa del bolsillo en lugar de un móvil; la naturalidad con que dudan entre la Walter, la Smith & Wesson o la Beretta que alguien les ha colocado sobre un mostrador como si fueran paraguas. Gente normal; gente como usted y como yo que va y dice: «dame entonces la Storm y munición y cuida ese catarro, Bob...».

Gente que segundos antes te ha preguntado por tu familia, por el próximo partido de los Lakers.
No sé… vecinos, el fontanero...

En fin.

Bilatu