José Ramón Urtasun, Carolina Martínez, Víctor Moreno, Clemente Bernad, Pablo Ibáñez, Carlos Martínez, Orreaga Oskotz y Txema Aranaz
Del Ateneo Basilio Lacort

Zabaleta o la prostitución de la memoria

En el artículo publicado en este periódico por Patxi Zabaleta hay varios aspectos que no tiene en cuenta. Ignora que el referente histórico del debate no es Belchite, sino la Navarra de 1936. Olvida que las víctimas a las que nos referimos son las víctimas del carlismo, no los golpistas carlistas que murieron en el frente de batalla. Obvia que solo hubo un bando, el carlofalangista, dedicado a asesinar impunemente. Y no tiene en cuenta que, aunque no se hubiera cometido tal barbarie en Navarra, miles de ciudadanos exigiríamos la demolición de los Caídos, como cualquier otro edificio erigido a la memoria de los golpistas en cualquier lugar del mundo.

También sostenemos que es imposible resignificar un monumento o cualquier objeto. Podrá dársele una finalidad distinta a la que originalmente tuvo, pero no resignificarlo. Zabaleta lo podría intentar con el símbolo de ETA, el «bietan jarrai». Intente «resignificarlo» en un «mensaje de paz y de verdad».

Afirmar que «la demolición del monumento pretende cambiar la historia», olvida algo tan elemental como que la historia no la cambia ni Dios. Se podrá ordeñar según sea su narrador en función de sus intereses actuales, como ha hecho Zabaleta en su artículo. Negar que «el monumento es una prueba o un testimonio de la historia» es vaga contradicción. Antaño, HB, donde militaba Zabaleta, juzgó el monumento como testimonio representativo del segmento de la historia más negro de Navarra. Tan negro, que esa HB exigió su demolición en 1986 en un mitin en Sartaguda. ¿Cómo es posible que dicho monumento haya perdido su capacidad de simbolizar un hecho de la historia?

Utilizar el término de «rebelión militar» en lugar de golpe de Estado refleja la verdadera intencionalidad de quien pretende rebajar su semántica violenta, antidemocrática y anticonstitucional del segundo concepto. Zabaleta se regodea repitiendo que «fue una rebelión criminal protagonizada por Mola, Franco y la mayoría del ejército, aupado por dirigentes políticos, económicos e intelectuales de sectores minoritarios». Desengáñese. Fue un golpe de Estado perpetrado por unos militaristas perjuros y rebeldes, secundados en Navarra por el carlismo, un sector militarizado e intelectual, nada minoritario, responsable de que, tras el golpe fracasado, la guerra siguiera por sus fueros criminales en Navarra.

Zabaleta no diferencia entre lo sucedido en Navarra y en España y este matiz clave le lleva directamente a homologar los crímenes habidos en ambos territorios. Pero, siendo respetuosos con el lenguaje, solo cabe decir que en Navarra hubo asesinados y en España muertos por Dios, la Patria y el Rey. La diferencia entre ambos términos no es solo semántica, también es política y ética.

Más grave es meter en el mismo saco a quienes defienden la demolición del monumento con quienes pretenden mantenerlo en pie, añadiendo que «ambas posturas son una usurpación de la memoria y la verdad de las víctimas de ambos bandos». Idea que vertebra su maniqueo discurso tanto que la repetirá de un modo insultante: «La utilización de la imagen de unas víctimas para hacer prevalecer unas posturas ideológicas contra otras constituye precisamente la utilización –y, por lo tanto, prostitución– de la memoria de tales víctimas».

Lo que significa que quienes defendemos la memoria y la verdad de nuestros familiares asesinados somos unos proxenetas que explotamos sus asesinatos para defender la demolición del monumento. ¡Quién fuera a decirlo! En fin. Reconozcamos que en la defensa de la demolición del monumento no nos olvidamos de nuestros familiares asesinados. ¿Cómo no hacerlo? El edificio evoca la exaltación de quienes fueron sus asesinos, los golpistas, y, por tanto, la humillación permanente de sus víctimas. ¿Es a esto a lo que llama Zabaleta «prostitución»? Si es así, no tenemos ningún problema en aceptarlo.

Solo que albergamos la seguridad de que aquí el único que prostituye la memoria y la verdad de las víctimas asesinadas por los carlistas es Zabaleta, al colocarlos en la misma categoría de personas que la de las otras víctimas, las cuales, si lo fueron, no fue por defender un sistema democrático y constitucional, sino por integrarse en un ejército golpista.

Exigimos la demolición de un monumento porque exalta el golpismo y las «rebeliones militares», eufemismo de golpe de Estado. No solo respetamos la memoria y la verdad de las víctimas asesinadas por el carlismo, sino que exigimos que su memoria sea reparada y la verdad de sus asesinatos salga a la luz −incluidos los nombres de sus verdugos−, lo mismo que la recuperación de sus cuerpos todavía sin rescatar. Si a este acto se llama prostituir su memoria, pues bienvenida sea dicha inculpación. Aunque, ¿no, será más bien, un acto de justicia −de justicia poética, decía la hija Zabaleta−, hecho bien paradójico que tengamos que recordárselo a un abogado?

Cuando Zabaleta insta a que se reconozca «a todas las víctimas el papel emblemático de simbolizar la paz y la democracia, incluidos sus adversarios», ¿se refiere también a su victimario, Rodezno, Garcilaso, E. Esparza, Eusa, López Sanz, Mola, Sanjurjo, Esteban Ezcurra, el Chato de Berbinzana..., todos ellos «resignificados», es decir, convertidos en mensajeros de la democracia y de la paz?

Igualar a quienes defendemos la demolición del monumento con quienes pretenden su mantenimiento, porque, según dice Zabaleta, «utilizamos/usurpamos/prostituimos la memoria de las víctimas», en nuestro caso, nuestros familiares asesinados, es lo último que nos quedaba por leer. Ni usurpamos su memoria, ni su verdad, porque su memoria y su verdad son, en esencia, los mismos que, mutatis mutandis, nosotros defendemos. Y, como nosotros, jamás habrían aceptado un monumento de exaltación del fascismo, menos aún en honor de sus verdugos.

Cuando Zabaleta dice que se está prostituyendo la memoria de las víctimas en beneficio de unos «postulados ideológicos», debería señalar quienes han sido en esta historia los auténticos proxenetas o falsarios de la historia. Hasta la fecha, los únicos a quienes podría aplicárseles tal contubernio eran los partidos que han decidido resignificar −¿prostituir, mejor?−, el monumento. Incluso pretenden utilizar el nombre de una víctima, Maravillas Lamberto, para dar titularidad a un centro de interpretación. Y sin consultar con su familia, ni con nadie. Pero esto no es prostituir. Claro. Es resignificar.

¿Qué fin buscan quienes utilizan las víctimas carlistas para mantener el monumento? La exaltación golpista. ¿Qué fin buscamos quienes, según Zabaleta, «prostituimos la memoria de las víctimas del carlismo» para exigir la demolición del monumento? El rechazo del golpismo militar y la criminal utilización de la muerte del oponente para construir una idea de país. Hay que tener mala fe para poner a ambos bandos en el mismo nivel de decrepitud ideológica.


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