Juan Izuzkiza

Zurriola Sálvame deluxe

Espero que esta chica haya podido volver a la Zurriola a olvidar, entre ola y ola, la tortura a la que ha sido sometida y espero, sobre todo, que no haya aprendido la lección. Aunque me temo que el destrozo ya está hecho.

(Sin haberse recuperado por completo de la demoledora verdad del Holocausto, Dwight Macdonald advertía en 1945 que ahora debemos temer más a la persona que obedece la ley que a quien la viola).

Estos días hemos visto en diferentes medios y en imágenes como una surfista, al parecer positivo en covid-19, salía esposada de la Zurriola. Como si de fascículos se tratara, leía, posteriormente, en el "ABC" que quien grabó las imágenes de la detención estaba siendo amenazado por dicha surfista y su entorno, y en un ejercicio de pornografía informativa, harto habitual en la prensa, se mostraban los mensajes que esta persona había recibido, que claramente iban dirigidos solo y de modo exclusivo a él; desde luego en ningún caso ni a mí, que con mayor o menor deleite «moral» los leía, ni a nadie más.

El hecho es que con esta noticia –¿realmente lo es?– ciertos medios nos ha regalado a nuestra Angela Channing particular de Donostia. Ante las imágenes mencionadas, y para mi vergüenza, me sorprendo de buenas a primeras insultando a esta chica, que no conozco de nada y de la que en consecuencia nada sé. Lo que sí sé es que cuando en cuestiones morales todo es tan claro, cuando los buenos y los malos se distinguen con suma facilidad, cuando los honestos y los truhanes, los insolidarios y los altruistas se detectan a la primera, algo falla y en el propio fallo puede haber una falta moral más grave -se le llama linchamiento- que es muy difícil de reparar.

Esa lógica que vive de dividir continuamente a los buenos de los malos puede funcionar para Sálvames varios, de hecho viven de esa división, pero la realidad moral siempre es mucho más compleja que todo eso.

Veamos en este punto, y me ciño al caso, cuáles pueden ser dos buenas instrucciones para lapidar jóvenes. Una: saber poco o nada de las circunstancias que rodean al hecho punible (¡que ningún matiz nuble nuestro juicio!). Segunda instrucción: que el hecho esté en el centro de un tema de conversación que ocupe a una gran parte de la población (en nuestras sociedades, individualistas al extremo, se da la paradoja de que prácticamente todo el mundo habla obsesivamente de los mismos temas). Cumpliendo estos dos puntos ya podremos apedrear con suma tranquilidad y tendremos la garantía de ser siempre los buenos. ¡Resulta todo tan profundamente satisfactorio!

Veamos ahora porqué las piedras de la lapidación hay que volver a guardarlas. ¿Qué sabemos del caso? Lo dicho arriba. Una joven positivo en covid-19 decide abandonar el obligado confinamiento para ir a hacer surf. Solo con esos datos no hay juicio moral que resista. Perfectamente puedo pensar que la surfista toma las medidas oportunas para reducir riesgos. Hasta donde yo sé la práctica del surf es individual y requiere de una distancia social necesaria si, por lo menos, lo que se aspira es a coger olas. La surfista puede actuar con suma responsabilidad desde que sale de casa hasta que llega al agua, y lo mismo cuando decide irse. Y yo que no sé si esto es así o no, veo que, en realidad me da igual, porque la primera piedra ya me he apresurado a lanzarla. Así que el problema, tal vez, lo tenga más yo que ella.

¿Qúe nos queda como hecho indubitable que nada tenga que ver con lo circunstancial, y que nos es desconocido, de aquel día? Pues que esta joven decide desobedecer a las autoridades sanitarias. Lo que pasa, y esto ya es más espinoso, es que la desobediencia en cuestiones morales no necesariamente penaliza al desobediente, más bien al contrario.

Zygmunt Bauman realizó una espeluznante investigación en torno al Holocausto nazi y llegó a la terrible conclusión de que los ingredientes que lo hicieron posible permanecen vigentes y muy pulidos en nuestra época actual. El Holocausto fue una maniobra de ingeniería social soberbia que funcionó porque logró inocular en la población un estado generalizado de ceguera moral. Dicha ceguera se consigue cuando la obediencia pasa a ser un valor moral en sí, además de pasar a ser un valor central que desplaza a otros. Se obedece a quien sabe. En nuestras sociedades modernas, altamente especializadas y adictas al algoritmo, siempre hay una autoridad, que es la que sabe, y la que indica con precisión cómo hay que actuar en consecuencia. La responsabilidad moral emana ya no de cada conciencia, procede más bien de un ente externo, procede habitualmente de cualquier tipo de especialista. Y con esta maniobra ya está el lío montado: obedecer como valor es delegar y cuando en cuestiones de índole moral se delega, lo terrible acontece, tal y como demuestra a las claras el trabajo en torno al Holocausto y en torno a nuestra modernidad realizado de modo soberbio por el sociólogo polaco.

Por lo tanto, lo único que puedo sacar en claro en este asunto del bien y del mal en eterna pugna, es que la surfista apaleada por lo menos cuenta con el beneficio de la duda, dado que tiene la capacidad de desobedecer, lo que en cuestiones de moral parece hablar a su favor.

Espero, y ya acabo, que esta chica haya podido volver a la Zurriola a olvidar, entre ola y ola, la tortura a la que ha sido sometida y espero, sobre todo, que no haya aprendido la lección. Aunque me temo que el destrozo ya está hecho.

Ahora queda permanecer atentos a la próxima aparición del siguiente Darth Vader. Antes de apresurarnos a inmolarlo, y me aplico a mí el consejo, olvidémonos por un ratito del Sálvame, para ver qué pasa.

Bilatu