Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Apuntes para una república vasca: El derecho a decidir

El poder absoluto solo emana del pueblo. Montesquieu –siglo XVIII– propone una estructura limitada a gestionar el territorio (suelo más identidad). El Consejo General del Poder Judicial representa el ejercicio del Poder absoluto usurpado al pueblo. De lo alto de estos albores tres siglos nos han contemplado y todo parece seguir igual, aunque el Poder del pueblo se limite a la publicación de leyes bajo control del poder judicial que obra, por exigencia propia, sin control exterior, es decir, en las condiciones del Poder absoluto.

Una Constitución entre sus componentes, dogmáticas unas, y orgánicas otras, puede tener 169 artículos, disposiciones adicionales, disposiciones transitorias, una disposición derogatoria y una disposición final. Así tenemos que soportar el ambiente trágico-cómico presente debido a que en cualquier texto estructural contra más artículos haya más resquicios de disenso surgirán.

Al pueblo solo le queda instalarse al borde de la carretera y ver pasar carrozas de una caravana política tales como la denominada Independencia, la de Patria, la de Himno, la Identidad, evocación de un pasado cultural, entre otras, muy llamativas en color y que serán aparcadas al final de la cabalgata hasta el desfile del escrutinio siguiente, después de ser remaquilladas.

Admitimos que la manera de vivir o más bien de existir cambia era tras era para luego adaptarse a las nuevas permutas, siglo tras siglo, año tras año, y hoy cada mes, sorprendiéndonos y consiguiendo acercarnos al peligro fatídico de la indiferencia de acción popular, solo tasada por la intensidad de su estéril protesta individual.

La intervención del pueblo en la Política responde a la falsedad de conceptos, frecuente en el lenguaje político, tan partidario de las ambigüedades ofrecidas por la imprecisión voluntaria del lenguaje. A título de ejemplo se considera Normal como sinónimo de Natural. Diccionarios como el de la RAE o el María Moliner, después de explicar la diferencia entre esos términos los hace sinónimos. Error académico.

Si nos referimos a la etimología de tan importantes conceptos, Natural responde a la naturaleza del concepto sin ninguna intervención humana, recuerda con evidencia Rousseau, en su obra Emilio. Este ejemplo nos conduce a lo ambiguo de lo Normal que etimológicamente es dependiente de normas ambientes, cuando Natural refleja lo obvio invariable de la naturaleza.

En resumen, lo natural es obvio, lo normal siendo ambiguo.

Esas líneas son ligeras apreciaciones de una sociedad en la que complejidades permanentes exigen minuciosidad en su expresión concreta. Por fin, minuciosidad y concreción son sinónimas.

¿Qué significa que un país es independiente cuando no tiene moneda propia, es decir política monetaria propia, ni ejército con poder emancipado de intervención por su integración en un colectivo militar cuyo comandante es un militar de los Estados Unidos, país que votara próximamente por la parte izquierda del corazón interesado de Biden o por la del hígado, vesícula, y parte superior del riñón de Trump? ¿Qué significa una política industrial independiente sin medios financieros suficientes para encarrilarla? ¿Qué significa la decisión soberana de aportaciones militares sometida a autorización exterior en conflictos exteriores?

¿Qué significa la identidad de un territorio, su pasado histórico donde no se ponía el sol o al de su territorio actual cubierto de sombra en la que crece el odio entre adversarios culturalmente convertidos en enemigos? ¿Qué significa autonomía si esta castrada del concepto de soberanía?

Queda a los territorios uno de los DDHH, el derecho a decidir sin necesidad de autorización de territorios vecinos englobantes. Ese derecho debe tratarse como Derecho Humano en el ámbito internacional, ya que el nacional estará siempre limitado por entidades que viven, según los casos, del concepto de Patria, la que fue y que se modifica por la «libre» disposición de individuos de la sociedad política.

Tenemos, nosotros y ellos, la ineficaz tendencia a leer artículos escritos por nosotros para convencernos a nosotros mismos cuando los artículos, sobre todo en campaña electoral, están destinados a los que deben de ser convencidos con argumentos más Naturales que Normales.

Las estructuras territoriales están obsoletas y conducen al peligro de la tendencia permanente entre sociedad política, partidaria del nutritivo statu quo ante, y la sociedad civil partidaria de la gestión natural.

La sociedad civil en el siglo XVIII empezaba a ilustrarse, le toca a la sociedad política encaminarse con el mismo objetivo; la ruptura entre ambas la confirman las tasas, en las elecciones, de votos blancos y/o nulos que, sumados a la abstención, muestran la desconfianza e incluso el desprecio a la clase política gestora del territorio.

El derecho a decidir corresponde a la valoración del peatón al que no se considera digno todavía de afirmar y practicarlo. ¿No será que el político de diccionario consciente de su inferioridad o por lo menos de su equivalencia inmaterial teme por perder su Poder debido, lo sabe, a los cambios de polaridad político-civil de idoneidad?

El derecho a decidir puede justificar acuerdos entre territorios que ejerciendo ese derecho vean su interés de asociación puntual sobre un proyecto determinado sin distinción geopolítica. El derecho a decidir no es una concesión es un deber hasta el punto que se puede pensar del nivel cultural del que practica el Poder de no respetarlo.

No perdamos tiempo con reivindicar independencias, cascaras vacías.

En cambio, criterios tales como el derecho a decidir deben de ser mundializados como DDHH con foros de formación y debates interterritoriales.

¿Cómo se puede en el siglo XXI plantearse la opción de no conceder el derecho a decidir, es decir, de enriquecer o no la capacidad de responsabilidad entre humanos que lo solicitan como derecho natural?

Bilatu