Elisa Gómez Allende

A José Mujica

«Hasta acá llegué», así, directo y sobrio fue tu mensaje de año nuevo. Millones de ánimos nos sobresaltamos y nos unimos, en una silenciosa consideración. El descanso del guerrero se hacía necesario, y transitar el último tramo del trayecto, que aventurabas cercano, con serenidad. Este pasado trece de mayo, tu esencia inspiradora se fundió para siempre con una de tus pasiones, la naturaleza. Y aunque, no por sabida la noticia, estuvo exenta de desolación.

Desolación, porque se toma conciencia que el mundo se queda sin personas necesarias como tú, entregado floricultor, de la tierra y de la vida.

Otro uruguayo sabio, en un relato delicioso nos contó, que la utopía servía para caminar. Tú, igual que la utopía, eras necesario para eso, para caminar, para avanzar, para progresar.

Este duelo epistolar es mi terapia contra esta orfandad de ternuras y de coherencias, de poesía y de austeridad, de sabiduría y de humanismo... de bonhomía.

Para quienes creemos en la política como un compromiso de entrega y de servicio, has sido un ejemplo. Y te parafraseo, «hay un tiempo para llegar y otro para irse», tu has sabido estar en ambos, con absoluta dignidad.

Agradecida por haber enriquecido mi ánimo, escuchándote en tantas ocasiones. Es una de las bondades de la tecnología, que conectas un podcast y ahí apareces, vivaz y sembrando lecciones de vida. Aunque, sinceramente, lo que me hubiera gustado es compartir contigo un té o un mate, allá, en tu chacra, paseando el huerto y mirando los árboles. O aquí, frente a mi mar Cantábrico que también es el tuyo, respirando su oxigenante salinidad y contemplando su majestuosa biodiversidad, que ojalá sea eterna. Y conversar, y escucharte hasta la puesta de sol, aunque en el horizonte amenace con autoinvitarse, nuestro sin par zirimiri.

Pongo estas líneas en el viento con la esperanza que te lleguen hasta allá, hasta el lugar del universo donde Manuela haya salido a recibirte ladrando feliz, para caminar a tu lado nuevamente.

Y me despido con otra de las tuyas, «no se vive de nostalgias, ni de recuerdos, sino de porvenir». ¡De acuerdo, Pepe! Pero, permíteme, permítenos, recordarte para progresar.

Agur, jauna!


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