Xabat Laiglesia Goena

CEU San Pablo

Llega el verano, los días de sol, playa, piscina o de parque para el que no puede pagar el transporte o los abonos. Situaciones parecidas se dan en las casas de los estudiantes vascos. Algunos con buenas calificaciones, otros no han podido conseguir lo que las universidades consideran mínimo, no obstante, unos cuantos privilegiados de este último grupo pueden permitirse pagar centros de estudio privados, que sin importar su nivel académico los acogen con los brazos abiertos y como no, una factura de cuantiosas cifras. Hasta ahora nada es nuevo, todos los adinerados tienen ventajas, pero quizá hay un problema que pasamos por alto o evadimos más frecuentemente, concretamente es el hecho de que por creencias y suposiciones basadas en los años donde todavía caía polvo de los agujeros de bala que dejo Tejero muchos adolescentes pasan preocupados el supuesto verano de sus vidas, el verano de los 18 años. Lamentablemente, jóvenes a los que el luto de semanas o algo tan extendido como confesar les suena a chino tienen que enfrentarse a dos puertas de hormigón armado. La primera va pintada de fosforito y todo el mundo la ve y critica, el sistema educativo. Y sí, es verdad, el sistema educativo español es una completa castaña, el sistema propio y todos los adornos que salen con el nombre de ministros que intentan dejar una huella que sigue el patrón en línea recta de demasiadas décadas. La otra puerta, en cambio, no está pintada de colores que resalten, sino de un camuflaje extremadamente eficaz que apenas deja ver los innumerables conflictos entre padres y madres que piensan que universidades privadas (generalmente de carácter religioso) otorgarán un futuro prometedor a sus hijos. Para ese fin impiden a los jóvenes que con tanto esfuerzo y dedicación han conseguido resultados suficientes como para conseguir plaza en la universidad pública, seguir buscando su camino meritocrático.

Gracias no a dios, precisamente hay jóvenes que no comprenden los argumentos vacíos de lógica y llenos de experiencias obsoletas que estallan en sus oídos como bombas en Vietnam. Para todos esos jóvenes va dedicado este breve texto, para todos los jóvenes que no solo llevan la contraria a sus padres, sino a todo un ejército de personas que inconscientemente reproducen vivencias de la época Franquista y encima se consideran progresistas. Sí, ir a la universidad pública es defender lo público y luchar contra el clasismo. Un clasismo de clases bajas que se enfrenta a futuros universitarios con las cabezas bien altas.

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