Jon Agirre | Leioa

Denegación de asistencia sanitaria

Tenemos el mejor sistema sanitario. Es universal y gratuito, y por eso es el mejor sistema sanitario del mundo. Además, si te estás muriendo, tienes la garantía de que lo van a dar todo. Urgencias funciona. Eso sí, no abuses: como si yo fuera médico para saber si estoy realmente grave o no.

Pero ahí se termina lo bueno. He sufrido en el pasado la no prestación de asistencia sanitaria en atención primaria en Leioa por olvido de la médica, la denegación de asistencia en el Punto de Atención Continuada de Areeta fuera de horas de consulta de mi centro de salud, y también denegación en atención especializada por estar paralelamente en la medicina privada adelantando las pruebas de diagnóstico que en el Servicio de Salud se eternizaban o, directamente, no se hacían: «Ya le llamaré», hasta hoy.

Todo eso fue antes de la gran excusa del coronavirus. Ahora viene la guinda del pastel. Mi mujer ha estado tratándose una doble lesión de espalda en la medicina privada. Ha llegado el momento de que Osakidetza sepa cuáles son las lesiones que sufre, porque no tiene ni idea. Y la médica de atención primaria dice a quien acaba de estar de baja que no la puede enviar al especialista de traumatología porque no consta que tenga nada y porque solo puede derivar a quienes estén para operación.

La pescadilla se muerde la cola. ¿Cómo le va a constar si no la deriva? ¿Cómo la van a operar si no la han visto en traumatología? ¿Es que ahora se decide en atención primaria si se opera a alguien? Todas las veces que ha presentado los informes de la medicina privada, no se han quedado con ninguna copia, como si no valieran. Como si no existiera. Y luego dice que no le consta ninguna prueba. ¡Pues házsela, coño!, o acepta las que hemos pagado con nuestro dinero.

¿Saben ustedes lo que es sentir desamparo? El sistema no te cuida, se cuida. Y no digamos de las personas mayores. Mis padres, nonagenarios, consultas de especialista para dentro de un año, «¡¿perdona?!», y sin servicio de recordatorio. Evidentemente, se les pasa la fecha, y les dan otra cita para el año siguiente: casi dos años de espera. Solo falta que les digan: «Oiga, muérase ya y deje de molestar de una vez. Haga el favor».

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