Garbiñe Tolosa Baquedano

DEP por los árboles que se fueron, que derrumbaron.

Lunes tranquilo, primavera en Donostia, y un estruendo suena en el parque vecino, me asomo y una mase de polvo se levanta donde antes había un hermoso platanero, ahora yace tirado en el suelo, supongo que todavía la vida late en su tronco, en sus ramas, en sus hojas, en sus raíces, sin ser consciente de lo que ha ocurrido. No es el único en caer, dos más acompañan su suerte.
Tres plataneros hermosos, grandiosos, tres plataneros que regalaban una sombra magnífica en las tardes cálidas de verano, tres plataneros que llenaban de vida esta zona urbana, yo solía subir por este parque con mi bici en lugar de subir por la calle Aizkorri precisamente por la belleza de sus árboles, por esa pequeña sensación de frescor entre calles.

Nadie más fue consciente de su tala, todo pasó rápido, la vida sigue su curso, total sólo son árboles, o como en el estudio de valoración ambiental realizado para la fastuosa construcción del Metro se les considera «individuos», simples individuos que por mala suerte están en la zona que es necesario «destrozar» para crear semejante aberración. Ahora me asomo desde la calle Matía, y en su lugar un hueco, en su lugar un vacío, nadie es consciente de su falta, de su pérdida, y estoy segura que cuando se decide realizar una obra de esta envergadura, sin entrar en valorar lo necesario/viable de un proyecto así, no se es consciente del verdadero impacto, no sólo en la vida de árboles y plantas afectadas, si no en la relación que la ciudadanía tenemos con esas zonas especiales.

Su tala ha dejado un vacío en el parque y en mi corazón. También ocurrió hace unos meses en Igeldo, se derribaron muchísimos árboles en su ladera por peligro para un colegio que podría ser afectado. El vacío que quedó en la ladera, la poca sensibilidad a la hora de talar árboles grandes, inmensos, entrañables, es irreparable. No sólo es cuestión de replantar, cuando talan un árbol de estas dimensiones no sólo muere él, muere todo lo que conlleva su presencia, animales, especies que viven gracias a él, una historia, una pequeña historia en cada árbol.

¿Os imagináis que para un proyecto grandioso donostiarra se tuvieran que sacrificar todos los perros de la zona?, entonces tal vez la gente saldría a las calles, pero son simples árboles, que no gritan, no se quejan, están y nos regalan su estar.

En esta ciudad nos estamos cargando el medio vivo, natural, es un destrozo en mayúsculas, el alto precio a pagar por sueños de grandeza de unos pocos.

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