José Martín Alustiza Madinabeitia

El niño y el bolo de carne

Había una vez, en un país entre las montañas, un niño que sufría de alergia a la carne y esto le hacía que la masticase dándole vueltas y vueltas en la boca sin poder tragarla hasta que se le formaba un bolo. Los padres, que sabían del problema del niño, no le prestaban mucha atención, y es que el infante había sido bautizado con un nombre que se le ocurrió a su bisabuelo y que a ellos no les hacía mucha gracia , bueno, para qué engañarnos, ni mucha ni poca, no les gustaba nada y por ello la habían tomado con el pequeño, quién sufría las consecuencias del desencuentro familiar. Por eso cuando en el menú diario tocaba carne no le daban alimentos sustitutivos.

Así llegó un día que había carne para comer y el niño empezó su calvario. Se le formó el bolo y su padre, enérgico, le iba atiborrando de carne con lo que el bolo iba en aumento hasta hacerse enorme.

Entonces los progenitores, con amenazas de castigos insufribles, le obligaron a tragar el monumental bolo y el pobre niño se atragantó y empezó a dar señales de asfixia. Los padres, que decían que le querían mucho, al ver que se ponía cianótico, le metieron a presión por la boca un alkaseltzer diluido en agua como solución para que pasase el bolo.
El bolo no pasó, el líquido salió por la nariz, las orejas y hasta por los ojos del moribundo niño que al poco murió asfixiado.

Esta truculenta historia parece un cuento, pero, como ya lo has adivinado avispado lector, es sólo una fábula de lo que ha pasado en la realidad. Realidad, terca realidad, que como se está viendo últimamente supera en mucho a la ficción.

Sólo tienes que cambiar los nombres. Donde pongo niño pones Club Atlético Osasuna, donde lees bolo pon deuda con la Hacienda Foral y donde pongo padres pones Gobierno de Navarra y verás que el cuento va tomando visos de realidad.

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