Gerardo Hernández Zorroza

Futuro para la salud pública

La especialización creciente nos ha llevado a conocer mejor las partes del organismo, pero no tanto a mejorarnos, pues los flamantes superespecialistas han ido perdiendo la visión imprescindible e integradora de conjunto.

Disponemos de muchísimos datos sobre nuestro funcionamiento biológico y de los distintos aparatos y sistemas, pero nos hemos casi olvidado de aquello que los integra y unifica, eso que el sánscrito define como «atman» (esencia o verdadero yo del individuo, más allá de su identificación con los fenómenos o la forma).

Dentro del sistema de salud, hemos ido perdiendo también la función integradora que realizaba el médico generalista, inundando a éste de demandas y dispersándolo con labores burocráticas, inútiles algunas o contraproducentes para su discriminación clínica.

Los «recursos» humanos han ido mermado, pero no así a menudo la compra de maquinaria y servicios automatizados (¡ojo!, que no desprecio aquí la utilidad de la herramienta tecnológica, eh), que entiendo nos están llevando a perder de perspectiva la enfermedad y su significado de alarma.

Es por eso, que nos volvemos locos intentando arreglar las piezas del puzzle confiando en un –a la postre, inútil– supercontrol externo, que no nos sirve, ni servirá, pues ignora el valor esencial de cada pieza que lo compone que, alienada de su sitio o forma, deja de casar y se vuelve inútil y sin sentido.

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