La arrogancia del experto
En una entrevista a un virólogo al que el periodista presentaba como una eminencia en covid-19, se despachaba ironizando contra la ciudadanía que se dedica a criticarles porque, según él, todo el mundo considera que sabe lo que hay que hacer y les acusan de dar palos de ciego. Afirmaba que las opiniones de los ignorantes que creen tener conocimientos son negativas, pues presionan a los políticos legos en la materia que muchas veces toman decisiones opuestas a la recomendaciones de los comités de expertos. Es cierto que en una sociedad democrática la libertad de opinión constituye el fundamento del progreso en todos los sentidos, incluso a pesar de los criterios científicos, pero también lo es el hecho de que los expertos están fracasando a la hora de afrontar las angustias que provocan las preocupantes noticias de contagios y muertes porque realizan ensayos con la esperanza de acertar. Esa libertad de opinión de la ciudadanía se funda en la cruda realidad de que la pandemia lejos de remitir persiste y todos tienen algún contagiado o muerto en su entorno. Mientras, los expertos se quejan de que la ciudadanía les critica o se muestran remisos a reconocerles su dedicación habida cuenta de la tendencia de muchos de ellos a sobrevalorar sus conocimientos sobre la materia. Aunque es un fenómeno no previsible, convendría que se comportaran como «buscadores de la verdad» y no como monopolistas dl saber, si además evidencian que no logran pacificar a los que alardean de sabios con soluciones imaginarias y tantean métodos que colapsan los hospitales y provocan el pánico entre los mayores en las residencias. Quizá a esos soberbios les falte una dosis de humanismo y habría que sugerirles que se informen sobre cómo se lucha con eficacia contra la pandemia en China.