Cecilio Rodrigo

La democracia de «el tonto del bote»

Es la que tenemos tú y yo ahora.

Cada cuatro años la misma canción: «Mire usted, elija la papeleta de su candidato o candidata, acérquese a la mesa de votaciones con la papeleta metida en un sobre, introdúzcalo en esta urna, en este bote.

- ¿Y después?

- Después, ¡olvídese de todo y déjenos en paz! Después, puede olvidar todas las promesas que ha oído durante toda la campaña electoral, después espere inane durante otros cuatro años. ¡Por favor! ¡Séanos dócil! Espere inane hasta que vuelva otra vez a ser protagonista en esta gran ceremonia, en el acto principal de nuestra democracia».

Sin embargo, la cadena de supermercados que me envía el pedido cada quince días, me hace una encuesta cuatrimestral en la que yo hago mis sugerencias y propongo cambios y mejoras en el servicio.

Sin embargo, algunos periódicos que leo en la red me permiten opinar a favor o en contra de lo que ellos mismos publican.

Sin embargo, la red de bibliotecas municipal me da la posibilidad de sugerir la compra de los libros que yo creo interesantes para la comunidad.

Sin embargo, la compañía que cada año me hace la revisión del coche también me pide la opinión sobre cada uno de los trabajos que hacen en mi vehículo.

Sin embargo, esta democracia de «el tonto del bote» no me permite ni sugerir medida alguna ni impugnar a algún político ni organizar un referéndum sobre, por ejemplo: el gasto militar, el gasto en las subvenciones a las escuelas privadas, a las clínicas privadas, etc. En realidad, no me permite nada, salvo lo de meter el papelito en el agujero del bote/ urna una vez cada cuatro años.

Esta democracia de «el tonto del bote» solo me permite ser libre durante unos seis o siete, «6 o 7», segundos: el tiempo que tardo en meter la papeleta en el sobre y el sobre en la urna.

Mi amigo Jabi, -es informático y listo como un demonio-, me dice que se podría hacer una democracia digital, impugnativa, consultante, consultiva, participativa, colegislativa, correctora de errores y abierta a las sugerencias que cualquier ciudadano crea oportunas, eficientes, justas y necesarias. Mi amigo Jabi, –ya os he dicho que es listo como un demonio–, me dice que en Suiza ya hacen, sin repartir leña, hasta cuatro referéndums consultivos y vinculantes cada año.

Si ya lo hacen las cadenas de supermercado, los periódicos, la red de bibliotecas, la empresa que revisa el coche, si ya lo hacen los ciudadanos suizos, si ya lo hace «todo cristo», ¿Por qué no, por qué esta democracia no?

¿Porque es la democracia de «el tonto del bote»?

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