Cecilio Rodrigo

¡La luna, la luna!

Ayer todo el día estuvo un poco nublado. Estamos en pleno verano, agosto, 5 de agosto. El cielo todo el día estuvo de un azul grisáceo. Cuando ya caía la tarde, apareció ahí la luna, una media luna blanca, parecía pintada en un lienzo azul clarito, como un esbozo pintado por una niña con una tiza o clarión. Se la veía ahí tan serena y tranquila en el cielo azul pálido sobre el puente. Avanzaba lenta como una anciana con cachaba, era cada vez más blanca. Avanzaba desde encima del puente con calma, como dándose un paseo, hacia la torre de los bomberos. Pasó del blanco pálido, seco y compacto al blanco brillante con un poco de luz. Luego, cuando ya había oscurecido la tarde, empezó a brillar entera de amarillo. Parecía una estrella rota que venía impulsada no sé yo por qué fuerza o motor. Cuando eran las diez de la noche y cada vez brillaba más, entendimos que avanzaba y al mismo tiempo descendía para hundirse en el horizonte oscuro. Antes, cuando más brillaba, nos dio tiempo para ver con los prismáticos galileanos sus montañas y valles. Eran las once de la noche cuando se fue, se sumergió completamente detrás del cerro. Mañana volverá.

¿Mañana volverá?

Ez adiorik!


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