Gerardo Hernández Zorroza

La vía muerta de la medicina

Se impone afrontar una transformación profunda de la asistencia sanitaria, para que sea sostenible, útil.

Y trans-formar no significa romper con todo, sino cambiar la forma. Analizar lo que sirve y funciona y descartar lo que no, lo que la experiencia acumulada demuestra que entorpece.

La superespecialización de la medicina nos ha llevado a que cada vez existan más especialistas en la uña del 3º dedo del pie izquierdo; pero no les pidan que tengan visión integral del organismo. Y ya no hablo de cuestiones sutiles, emocionales y tal.

Aquellos que nos gobiernan, ignoran sistemáticamente este extremo, y centran sus esfuerzos en lo que pueden –o eso creen– «controlar».

Así la «información» de la que se dispone es inmensa, brutal; ahora bien, sirve como conocer los constituyentes químicos del cerebro sin atender a su compleja fisiología, y ya no digo a su actividad funcional.

Hemos perdido poco a poco dentro del sistema sanitario esa función integradora que en los hospitales realizaba la medicina interna, prácticamente arrinconada en muchos sitios al área de Paliativos.
En la asistencia primaria, a los médicos de familia se les ha arrinconado de otra manera, aislándoles y sobrecargándoles de labores burocráticas que dispersan su función cognitiva e integradora.

Los recursos económicos, por otra parte, han mermado los «recursos» humanos, pero no la compra de nuevas máquinas o servicios mecanizados; aportados estos –se propone– por empresas subcontratadas.

Desde esta concepción mecanicista de la enfermedad, que parece nos cae del cielo sin mirar en ella nuestra responsabilidad individual y social, se pretende tratar a las piezas del puzzle sin incluir la visión de conjunto. El carro va –y no lo vemos– delante de los «bueyes». Mal asunto.

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