Irune López Carriba

Lecciones de Barrio Sesamo

Con respeto y sin vergüenza lo afirmo. Os habéis cargado vuestra ansia de cooperación, vuestra ambiciosa y disfrazada generosidad.

En una balanza, la simpleza de juego de un yoyo se nivelaría con la satisfacción y entretenimiento individual que a su vez ofrece. Quizás precisamente debamos su nombre a ese fiel reflejo de egoísmo. Yoyo; yo-yo.

Así os veo ahora.

Dicho para la neoconocida generación Z, parece que lleváis de politono el «yo, yo, yo» de María Patiño. Ah, perdón, que ahora tampoco se libra una lucha en quién tiene la melodía más molona.

Las grandes casas me sacan un trecho; son siempre las primeras en hacerse eco de las necesidades sociales y transformarlas en atractivo, fresco, rápido y simple ingreso. Clin, clin. Un juego de niños; un yoyo desenredado. Se da entonces el pistoletazo de salida; el temido ente de la clase media emprende el vuelo: la desigualdad.

Conozco de primera mano lo angustioso y abrumador que puede ser sacarle partido a una hora de paseo. Si a ello le añadimos el elevado registro de temperaturas... Y qué decir de la, ahora, obligatoria mascarilla; me abstendré a describir la desagradable mezcla que el vaho y el sudor forman sobre el labio superior. Capaz de desbancar a cualquier ungüento de base alcohólica; deberíamos vendérselo a las farmacéuticas. Un espanto. Parece normal, entonces, ese gesto que tanto hemos oído que deberíamos evitar: pellizco a la goma, y aire fresco.

Las he visto de fular y de babero, de brazalete y muñequera, como sujeción de auriculares para los más hábiles también. Me inquieta averiguar si alguien se la habrá puesto de diadema ya. Y luego a la boca, otra vez, por si cabía alguna duda.

Las lleváis de tela, de paño, a pelo, plastificadas, minuciosamente confeccionadas. Higiénicas, quirúrgicas, con filtro, homologadas, de pato, con pico. Ajustadas con goma, con lazo o para los torpes, con correa. Personalizadas, ordinarias, lucrativas... También las hay ausentes e invisibles, las no-mascarillas, para la resistencia, o simplemente, para el grupo vulnerable. Vulnerable ante las exigencias del capital, claro. Parece que la variedad es tan extensa como las dudas que su uso generan.

Da igual que se trate de una emergencia social, de una huelga general o una reunión de comunidad, llamadlo fardar, ostentar o posturear, lo que menos os avergüence admitir, pero la apariencia supremacía es vuestra lucha preferente. Ocultarlo sería absurdo. Y desaprovechar la oportunidad actual, un derroche.

Como en el absurdo juego, la primera persona del singular se repite, y las comparaciones van y vienen, y por el camino entretienen. El confort y satisfacción de la superioridad, de la ventaja, se palpa entre los grupos de padres, en las charlas fortuitas, durante los encuentros clandestinos o actividades permitidas. Habéis llevado la disputa al terreno equivocado, prevaleciendo el eterno argumento; ¿quién la tiene más grande?

Se os ha enmarañado el hilo y perdido el hipnotizante y complaciente movimiento pendular. Respetáis las colas, quizás porque las veáis como escaparate; maniquíes luciendo EPIs. Lo siento, soy más de Blas.

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