Miguel Zubieta

Los mercaderes del miedo

Hay quienes fabrican balas.
Y hay quienes fabrican miedo para venderlas.

Las fábricas del norte ya no lanzan humo: lanzan cifras.
Cifras que no se ven, pero matan.
Matan escuelas, matan hospitales, matan pensiones.
Matan sin disparar.

Estados Unidos –ese imperio que sonríe mientras carga el revólver– ha encontrado la alquimia perfecta:
crear guerras sin declarar guerra,
vender armas sin mancharse los dedos,
y sembrar el miedo como si fuera trigo.

Trump, el vendedor de espejitos con peluquín, pide que los países de la OTAN gasten el 5% de su PIB en defensa.
No en defensa de la vida, sino en defensa del negocio.
No es por amor a la paz, sino por lujuria de contratos.
«Todos pueden permitírselo», dice.
Y los ministros de Finanzas sacan la tijera y recortan: educación, salud, cultura.
Porque, claro, lo que sobra son poetas y maestros,
y lo que falta son drones con alma de misil.

Biden, el otro rostro del mismo teatro, habla con tono más suave,
pero sigue aceitando las bisagras del miedo global.
Cambian las formas, no el fondo.
Es el mismo guion:
crear inseguridad para vender seguridad.
Crear enemigos para justificar arsenales.
Crear caos para exportar orden… en cajas de munición.

Y los países, como ovejas asustadas, empiezan a temblar.
Tiemblan en Bruselas, en Berlín, en Buenos Aires.
Y abren la billetera para comprar paz en cuotas.
Una paz que no llega nunca,
porque cuanto más compran, más les venden.
Cuanto más gastan, más necesitan.
Cuanto más se arman, más se sienten desnudos.

Los fabricantes de miedo brindan con champán en los pasillos de Lockheed Martin y Raytheon.
El negocio va bien.
La humanidad, no tanto.

Porque en cada blindado que se fabrica,
hay un aula que no se construye.
En cada misil que despega,
hay una vacuna que no se produce.
En cada contrato de defensa,
hay un contrato social que se rompe.

Y así seguimos:
el mundo armado hasta los dientes y desdentado de justicia.
El imperio vendiendo futuro a precio de pólvora.
Y nosotros, abajo, intentando juntar los pedazos de humanidad que quedan.

Pero todavía hay quienes no firman cheques con sangre.
Todavía hay quien dice no.
Todavía hay quien cree que la única defensa verdadera
es un niño que aprende a leer,
una madre que no muere de parto,
un anciano que envejece sin frío.

La paz no se compra en catálogos de guerra.
La paz se siembra.
Y se cuida.
Como un árbol.
Como un sueño.

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