Javier Orcajada del Castillo | Bilbo

Los últimos jubilados afortunados...

El indicador más expresivo del progreso del nivel de vida de la sociedad ha sido siempre que los hijos disfruten de una mejor calidad de vida que la generación anterior. Es un dato objetivo. En general históricamente esa ley se ha cumplido, pero esta tendencia ha quebrado, ya no se puede afirmar que las generaciones nuevas superarán el bienestar de los que se jubilaron con el cambio de siglo. Tuvieron facilidad de un trabajo fijo al terminar sus estudios o para cambiar a otros mejores por la gran demanda de trabajadores formados y la oferta limitada. Sus pensiones, inferiores a las de otros países, no serán las que recibirán los jóvenes actuales al jubilarse. Viven a la expectativa de encontrar cualquier trabajo con duración quizá semanal o mensual, pero siempre con fecha de finiquito y con sueldo que difícilmente llegará a mileurista. Además, con la cruel ironía de los que afirman que la generación actual es la mejor preparada porque tienen carreras, masters y hablan idiomas. Es huir sin rumbo por la falta de coraje de la juventud actual que prefiere ocuparse acumulando conocimientos sin límite creyendo que ello les asegurará un empleo. Es un error, pues las empresas no necesitan genios, sólo trabajadores con suficiente formación, pero con decisión para buscar un empleo aunque ello les exija salir al extranjero, pues reiterarse en el romanticismo de querer trabajar al lado de casa no deja de mostrar carencias a la hora de los planteamientos vitales. Seguir estudiando eternamente es un síntoma de inmadurez, pues ninguna empresa normal va a elegir a un sabio para dedicarse a tareas convencionales como negociar con clientes, elaborar programas de producción, tramitar subvenciones o reducir costes. Los empollones suelen tener importantes limitaciones a la hora de las relaciones humanas y no pueden sustituirlas con conocimientos esotéricos que nadie les demanda. Sólo deben saber expresarse con naturalidad y tener iniciativa e imaginación sin estar a la espera de las órdenes del jefe. Por eso, es hora que en las universidades y en los centros de enseñanza se capacite a los alumnos y alumnas a cultivar su personalidad sin complejos y con eficacia. Los últimos profesionales de aquella sociedad feliz ya han pasado a la historia y las ventajas sociales y profesionales no volverán. Tendrán que aprender a defender sus derechos aunque los políticos tengan planes perversos para rebajarles las prestaciones de jubilación con la disculpa de que el sistema es insostenible. No dicen la verdad: se ha rescatado a la banca, crecen los presupuestos militares y persisten las ventajas medievales para los altos funcionarios que viven a caballo entre la erótica de la política y si fracasan, pueden volver al puesto que tienen asegurado. Se ha tergiversado el concepto de conocimiento asimilándolo con el de cultura y ahí radica el origen del fracaso de sociedades anquilosadas como la española.

Bilatu