Mikel Arizaleta

María Cristina Jiménez Liaño

Hace unos días leí un bello libro del buen escritor bilbaíno, Fernando Marías, publicado en el 2015 y titulado “La isla del padre”. Su padre, Leonardo, murió el 2013, y su libro fresco del 2015 es recuerdo, diálogo y reflexión sobre su padre en su vida. La etapa final de Leonardo, en letra del hijo, abarcó dos años de decadencia mental, tiempo doloroso y triste porque resulta «imposible acceder a los secretos del otro cuando los oculta el afanoso silencio de su dueño.»

Dice en su novela que un día su viejo padre, con demencia senil, «preguntó una mañana si estaba muerto. Le dijimos que no y asintió con cierta indiferencia. Puede que llevara días entrando y saliendo de la muerte y los contornos de la frontera se desdibujasen un poco cada vez. Puede que no le importase demasiado la cercanía de la muerte, y sin duda no la temía. Enorme lección, puesta sin aspavientos ante mí. Tal vez el miedo a la muerte es tan sólo un pequeño error de juventud que se cura con los años.»

Me han venido al recuerdo estas frases al leer, con días de retraso, la muerte de Cristi, la zorrotzana María Cristina Jiménez Liaño; ¡ella tan viva y risueña, tan presente en Facebook, tan escritora de historias cortas, tan poetisa, tan amante, tan de corazón tierno…! Desde hace tiempo peleaba sin aspavientos con un cáncer, como muchos, como tantos.

¡La sentía tan viva…, pero ella llevaba ya muerta varios días!

Reflexiona Marías en su bello libro al padre que «las personas que sin haberlo buscado ni merecido pasan por la vida sin sentir otra cosa que desdicha y nada más que desdicha son la expresión más triste del ser humano sobre la tierra.»

No Cristi, su vida fue torrente de primavera, y su muerte es «tan poco moribunda que va a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente viva.»

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando.

Un beso, Cristi.

Bilatu