Oskar Fernandez Garcia

¡Que la ilusión y la alegría inunden calles, plazas y avenidas!

Las pasadas elecciones del 26 de junio –en el Estado español– arrojan unos resultados nada halagüeños para la Izquierda Abertzale y por lo tanto para EH Bildu.

Lamentablemente se sigue confirmando esa tendencia de perdida de electores y electoras que comenzó con las elecciones a JJ. Generales y Parlamento Foral del 2015. Cuatro años antes –en el 2011 y en las elecciones al Congreso español– Amaiur obtuvo 334.498 sufragios. El 20 de diciembre de 2015, 116.031 personas dejaban de votar a EH Bildu. El mencionado 26 de junio de este año 2016, la coalición contemplaba, se supone que al menos con asombro, como 34.375 votantes habían optado por otras u otra sigla.

La pérdida de votantes no es homogénea, si se tiene en cuenta la evolución negativa experimentada en los tres territorios vascongados. Llama la atención el retroceso que se ha producido en Araba: el 25,36% del electorado, solamente en seis meses. Le sigue Bizkaia: con una pérdida del 17,38%. En Gipuzkoa: 14,54%. Por lo tanto los «mejores» resultados, en Hego Euskal Herria, se dan en Nafarroa, donde el descenso de votos se sitúa en un 10,38%.

Evidentemente, nada tiene que ver el asombro con el decaimiento o el abatimiento y muchísimo menos con la frustración. La izquierda abertzale tiene largas y dilatadas décadas de una lucha política y militancia imaginativas, ejemplarizantes, llenas de entrega, de altruismo, generosidad e inteligencia. Por lo tanto el caudal humano que nutre ese río de libertad, justicia, socialismo e independencia está asegurado y no constituye ningún problema. Tal vez, el quid de la cuestión radique en las estrategias, en cómo difundir el mensaje, en cómo generar ilusión, empatía, atracción y alegría en la lucha y en las expectativas que ésta genera.

La Brunete mediática tanto en el Estado español como en Hego Euskal Herria, lleva décadas tratando de invisibilizar el mensaje de la izquierda abertzale o de tergiversarlo, desfigurarlo, ridiculizarlo, en una palabra anularlo. La imagen, que durante tantísimos lustros se ha ido forjando en el universo político de cientos de miles de personas en lo respecta a la actividad política, social, laboral, cultural, etc. de la izquierda abertzale, ha sido tan absolutamente negativa, deplorable, torticera y mezquina que va a ser muy difícil romper ese cruel estereotipo, forjado con tantos medios periodísticos, policiales, sociopolíticos y crematísticos. Si a eso añadimos, que según parece, una gran parte de ese diverso y rico espacio social ha sido ocupado por Podemos, en claro y evidente detrimento de las opciones independentistas y nítidamente socialistas, el panorama se oscurece con tintes marcadamente grises.

El espacio público, la calle y todo lo que ésta implica parece un ámbito de lucha social conquistado, en gran parte por una opción política, que paulatinamente y a través de las últimas citas electorales se va consolidando en Hego Euskal Herria como una fuerza mayoritaria: Podemos. Por lo tanto, el reto consiste y estriba en llevar el mensaje sociopolítico de la izquierda abertzale a todos los entornos y ámbitos públicos: centros educativos, facultades, fábricas, talleres, empresas, oficinas, hospitales, espacios de ocio, alternativos y culturales… ningún rincón del variado tejido social tanto laboral, formativo, cultural, deportivo… debiera de permanecer sin la presencia creativa, risueña, alegre, esperanzadora e ilusionante de la izquierda abertzale.

Podemos se convirtió en una fuerza centrípeta porque fue capaz de generar ilusión, por una transformación social, en millones de personas hastiadas de un sistema incompetente, ineficaz, indolente ante la tragedia social y corrupto.

La Asamblea Nacional Abierta de Sortu, reunida en el Palacio Europa de Gasteiz el pasado dos de julio, entre otras muchas determinaciones, propuestas y reflexiones –en el camino de emprender su refundación– establecía un elemento fundamental y determinante en la lucha sociopolítica: «Recuperación de la ilusión». Ilusión que ha de mover a cientos de miles de personas por la consecución de una sociedad justa, equitativa, socialista y absolutamente libre para tomar, en cualquier ámbito, las decisiones que más convenientes crea, sin ningún tipo de presiones, cortapisas o imposiciones.

Y en ese ámbito de la libertad para tomar decisiones se enclava el proceso independentista, inherente a cualquier nación que aspire a transformarse en estado soberano. Proceso que implica «… hacer una oferta atractiva para una mayoría, con un profundo contenido social, un liderazgo civil potente…», «…hace falta…ilusión, alma, pasión» (Arkaitz Rodriguez).

Ilusión por todos los objetivos: los inmediatos. los más próximos y los no tan cercanos, por las actividades y las acciones desarrolladas en espacios públicos, por los métodos, las estrategias y las formas. Ilusión por participar en un movimiento de radical transformación social en todos los ámbitos de la vida.

Ilusión por no tener que depender del Estado español, un sistema socioeconómico y político sin parangón en Europa; en el que su idiosincrasia, terrible e increíblemente, está basada en la corrupción, sistémica y sistemática, de una clase social y política enquistada en una derecha anacrónica, brutal, intolerante, ignorante, indolente ante la crueldad asesina ejercida contra la mujer, intransigente, inhumana ante la barbarie de la tortura, salvajemente capitalista, nacionalcatólica, que por muy increíble e inverosímil que parezca aún permanece anclada en las señas de identidad que definieron la ideología franquista.

El atractivo arcoíris de la izquierda abertzale volverá nuevamente a brillar y en esta ocasión con mayor intensidad.

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