Oskar Fernandez Garcia

¿Qué símbolo identificará a la República Vasca internacionalmente?

Seguramente no será una cuestión baladí dilucidar, determinar, diseñar… llegar a un acuerdo, previamente consensuado –por un número significativo de la población afectada– de cual ha de ser la bandera que represente a ese nuevo estado en el concierto internacional.

Es muy probable que muchas personas se sientan identificadas con la actual enseña, diseñada hace más de un siglo por los hermanos Arana, fundadores del PNV, y que representa administrativamente a la Comunidad Autónoma del País Vasco. A tres provincias de siete.

No cabe la menor duda que también tiene su presencia allende del mar, en las casas vascas de América, y en otros continentes donde también existen estos centros. Igualmente ondea al viento tanto en Nafarroa como en los tres herrialdes de Ipar Euskal Herria, evidentemente, en menor medida y frecuencia que en la mencionada comunidad autónoma.

La ikurriña, sin lugar a dudas, tiene una larga trayectoria y, seguramente, una amplia aceptación, aunque nada que ver, por ejemplo, con los símbolos de los reyes navarros, que ondearon en almenas, torres, fortificaciones y castillos que durante siglos salvaguardaron la independencia del estado soberano de Navarra. Único referente histórico, antropológico, cultural, sociológico, lingüístico… para el pueblo vasco en lo que respecta a un pasado soberano e independiente.

En 1894 los mencionados hermanos, Luis y Sabino Arana, diseñaban una bandera, básicamente pensando en Bizkaia. Seguramente se inspiraron para su creación en la bandera del Reino Unido dadas las evidentes concomitancias existentes.

La ikurriña, es una bandera, concebida en un momento histórico absolutamente obscuro, opresivo, de una brutal explotación capitalista y particularmente cruel y terrible para la mujer, relegada de la vida social, política, cultural, sin derecho al voto, y sumida en unas condiciones laborales de semiesclavitud. Por lo tanto la mitad de la población, en lo que respecta a la creación de la Ikurriña, estuvo ausente y relegada, quedando su participación a nivel textil: cortar y coser.

Ese contexto sociopolítico, capitalista y confesional a ultranza, se manifiesta en el diseño y significado de la bandera creada por el fundador del partido jeltzale. El fondo rojo representa a Bizkaia; los trazos verdes que unen los cuatro ángulos representan la cruz verde de San Andrés –un símbolo que según parece fue durante siglos utilizado en banderas, estandartes y pendones vascos– que representaría al Árbol de Gernika y la independencia de Euskal Herria; la cruz blanca, superpuesta al fondo rojo y a la cruz de San Andrés, representa a Dios.

Ahora, en los albores del siglo S. XXI, la mencionada bandera -analizada desde la perspectiva que otorga el discurrir del tiempo- más bien podría haber sido el símbolo y estandarte de cruzados y templarios con tanto llamamiento a santos y dioses.

Ese maravilloso, fantástico y extraordinario sueño -que ha generado tanto entusiasmo e ilusión y también tanto sufrimiento- por alcanzar nuevamente la perdida, añorada y nostálgica independencia, reunificando los siete herrialdes en una República Vasca soberana e independiente, a priori, debiera de tener una bandera, que de alguna manera, enlazase ese pasado histórico con un futuro cargado de esperanza y entusiasmo. Por lo tanto los colores y objetos que secularmente representaron a la Euskal Herria soberana, en el concierto europeo, no debieran de estar ajenos a un nuevo diseño. Teniendo en cuenta que la izquierda abertzale lleva tiempo inmersa en una lucha decidida y denodada para lograr que el feminismo se convierta en eje fundamental y vertebrador de la praxis revolucionaria en post de una sociedad libre e igualitaria, el color morado, del movimiento feminista, junto con el rojo -representativo por antonomasia de la lucha obrera y fondo de los pendones y estandartes de la Navarra soberana- el verde, indisolublemente unido a la naturaleza, a los movimientos ecologistas y al manto que cubre el relieve de Euskal Herria, junto con otros colores podrían formar la nueva enseña del nuevo estado europeo. Y la ikurriña debiera de quedar como símbolo de una época, que permitió aunar diferentes luchas y proyectos, y dar paso a una nueva realidad cargada de esperanza, deseos e ilusiones en la consecución de un estado soberano.

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