Ibon Usandizaga Elicegui | Bilbo

¡¿Que te compre qué?!

Gran cantidad de niños de nuestro entorno, ya desde los 6 años, comienzan a estar atrapados por el consumo compulsivo. El cóctel con cierta adicción a la tecnología puede tener consecuencias nefastas.

El efecto imitación que explica determinados impulsos de compra es ya una antigua cuestión en la teoría económica. Sin embargo, actualmente, el consumismo se despierta cada vez en edades más tempranas de forma más acusada, como consecuencia de que los peques de la casa se han convertido en un blanco demasiado fácil para los departamentos de marketing, que se valen de la tecnología para someterlos a un incesante número de impactos cuyo objetivo es jugar con el circuito de la dopamina situado en su cerebro.

No defiendo la desconexión pero, si el uso que nuestros hijos hacen de la tecnología no está sometido a severas restricciones, la consecuencia directa es que sus decisiones son menos libres y están marcadas por los intereses de aquellos que la ponen a nuestro alcance. Y es que Youtube, Facebook, Twitter, Google… han creado herramientas que se emplean para explotar las debilidades psicológicas de las personas, entre las cuales el colectivo más vulnerable es el público infantil. Ejecutivos e inventores de estas compañías han declarado públicamente que restringen a sus propios hijos el acceso a ellas y, cada vez más, envían a éstos a centros educativos Montessori y Waldorf como contrapunto a un entorno en el que, a través de la tecnología, unos pocos tratan de imponer sus intereses al resto. Los adultos jugamos un papel fundamental como agentes limitadores.

«Aita, ¿me compras…? que lo he visto en la Tablet». «¿¡Que te compre qué!? Ez, laztana, ez».

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