Javier Orcajada del Castillo, Bilbo

¿Ser monarquico hoy una heroicidad?

Aunque es una opción política tan lícita como cualquier otra, hay que reconocer que la mayoría de los que así se consideran, lo son por razones de pura conveniencia, pues es difícil asumir que un ser humano por razones biológicas pueda ostentar prerrogativas casi divinas que les atribuyen los que se declaran monárquicos. Pero es que en los tiempos actuales esa convicción política tiene visos de escasa inteligencia. Aunque la historia de los reyes sea la de unos oportunistas que muchas veces padecen enfermedades hereditarias, con capacidad intelectual muy limitada y tienen como seña de identidad la perversión sexual. Esta especie ha dado juego a una aristocracia guerrera y de vividores sin apego al trabajo, envidiados por una plebe inculta y manipulada por las jerarquías económicas y eclesiales que se fusionaban con otros reinos e imperios, mediante matrimonios pactados entre los hijos legítimos enfermizos de los monarcas absolutos y reservando para los bastardos cargos privilegiados bien retribuidos y diseñados para holgazanes. Pero el progreso ha sido implacable y la libertad se ha ido introduciendo en los sistemas de gestión políticos limitando los poderes absolutos de los reyes hasta convertirse en estructuras inútiles y ridículas, la española, que la repuso Franco al derrocar a la república, impuso a Juan Carlos I al que marca su trayectoria que consiste en no hacer nada, viviendo a costa de la ciudadanía. Tiene incluso su aspecto épico con el confuso sketch del 23F. Pero, aunque reina, pero no gobierna, su trayectoria de bon vivant le lleva a enriquecerse actuando de comisionista entre las monarquías árabes que nadan en petróleo y corrupción. Además de tener una obsesión enfermiza por el sexo. Ahora es un huido de lujo en EAU, con gastos a cargo del presupuesto. Todo este «juego de tronos» ha provocado o una crisis de estado que no sabemos cómo terminará, aunque no es probable que en la III República.

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