Aitor Irulegi Eizaguirre

Sobre la máscara

Una sociedad solidaria y coherente como la que se promulga, debería de implantar el uso de las mascarillas quirúrgicas de manera gratuita. Es un llamamiento a la uniformidad cívica y homologada. No se debe permitir que este nuevo elemento de primera necesidad (aunque de manera inexplicable se le aplique el 21% de IVA), siga representando la desigualdad.

Bajo mi punto de vista esta siniestra e insalubre prenda tiene el peligro de quedarse anclada en nuestras caras de manera perpetua si fomentamos su uso más allá de lo estipulado. No deberíamos soportar ver mascarillas qué conjunten con nuestra indumentaria veraniega, o los siguientes diseños otoñales y navideños que vendrán. No es una broma ni una divertida mascarada, es incómodo y denigrante (partiendo de la premisa de que consideremos vejatorio vernos a nosotros mismos, a nuestras hijas, parejas, madres o amigos, ataviados con un funesto tapabocas). No pasa nada por decirlo, también es un ejercicio de negación no admitir esta fatalidad. Es necesario llevarla, dicen la mayoría de los expertos, pero esa posibilidad no le hace dejar de ser algo abominable.

Habrá quien piense que la ergonomía no está reñida con la salud y que el diseño es una parte importante en la mejora de cualquier objeto, pero deberíamos saber que todo eso supone un coste añadido, un encarecimiento del producto que fomenta la desigualdad. No deberíamos claudicar ante la intromisión de este terrible complemento obligatorio, en nuestras vidas y para siempre.

Cuando esta situación remita, las mascarillas deberán de desaparecer, y una acción coherente para demostrar la eventualidad de la existencia de la mordaza protectora, sería llevar siempre que sea «necesario» las mascarillas quirúrgicas gratuitas, no admitiendo ninguna otra invasión en mitad de nuestras caras.

Por razones económicas de peso, muchas personas tratan ingeniosamente de eludir las sanciones, colocándose un trozo de colcha, edredón o mantel colgada de sus orejas, pero, ¿qué sentido antibacteriológico tiene esta intentona? Llevar algo en la cara, lo que sea y porque sí, es absurdo. No debería ser este el listón para optar a la consecución de la inmunidad sancionadora, porque por lógica corona-vírica, tan nefasto e insolidario es no llevar nada, como llevar un trozo de calcetín en la cara, a no ser que sea otro el objeto de la obligatoriedad.

Las clases dirigentes y sus ministros, nos sorprenden (a veces, no siempre) con sus máscaras gomosas debajo de sus ojos ¿Acaso son estas más filtrantes? ¿Mejores? Una retahíla insolente de máscaras high tech con motivos diversos, como si se quisiera imponer un estilismo entre clasista y esperpéntico.

Llevaremos la mascarilla, no nos queda otra, pero que no piensen que han abierto un nuevo nicho de mercado, porque mucho me temo que ir más allá, supondrá implantar su inquietante presencia. Yo no la quiero, sería algo que me sobraría. ¿A ti?

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