Triste, muy triste
El incesante cierre de sucursales de las diferentes entidades bancarias, las mismas que un día sí y otro también se pavonean de sus pingües beneficios anuales, está llegando ya a constituir la auténtica antología del disparate, a la vez que deja en la más absoluta indefensión a las personas mayores, a las que, como mucho, se les concede, en un ejercicio de generosidad sin precedentes, la posibilidad de acceder a los cajeros automáticos, con todos los peligros, viendo los tiempos que corren, que ello conlleva para su integridad física y económica. Y lo lacerante de todo es que el problema no tiene solución, porque los bancos y cajas no tienen ni corazón, ni, lo que es peor, alma.
¡Pobre tercera edad!