Manu Aramburu González, Astigarraga

Triste, muy triste

El incesante cierre de sucursales de las diferentes entidades bancarias, las mismas que un día sí y otro también se pavonean de sus pingües beneficios anuales, está llegando ya a constituir la auténtica antología del disparate, a la vez que deja en la más absoluta indefensión a las personas mayores, a las que, como mucho, se les concede, en un ejercicio de generosidad sin precedentes, la posibilidad de acceder a los cajeros automáticos, con todos los peligros, viendo  los tiempos que corren, que ello conlleva para su integridad física y económica. Y lo lacerante de todo es que el problema no tiene solución, porque los bancos y cajas no tienen ni corazón, ni, lo que es peor, alma.

¡Pobre tercera edad!

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