Esteban Ruiz

Trompeteando

Pompeyo, estoy muerto de agotamiento. ¿No has visto las ojeras pálidas que desde hace días arrastro? ¿Te has convertido en pelota? Ya no tengo tiempo de tuitear, ni de preparar el órdago a los enemigos o a los enemigos de mis amigos, que es lo mismo. ¿De qué amigos hablo? Ya sabes, de los de siempre, los que ya a mi padre le permitieron compadrear y engañar al fisco, los que me han permitido levantar mi imperio y sentirme propietario con una bancarrota anunciada de doscientos milloncetes, los que financiaron mi campaña presidencial, los que refinancian la actual, los que me permitieron con el anonimato debido fondear mis pulsiones congenitales. Menos mal que a ese le obligaron a colgarse el otro día en una celda vigilada las 24 horas, y aunque anda suelta su celestina, todo está arreglado para que no suelte la lengua. He tenido que ceder aún más la cuerda y si siguen así dentro de poco tendré que aceptar Bagdad como suburbio de su capital, la que me hicieron cambiar de sitio. El otro día me llamó uno del clan completamente enfurecido porque en mi deseo de levantar el ánimo de los yanquis y yonkis que componen mi America first, se me ocurrió sin pensarlo citar un medicamento que podría hacer maravillas en los infectados, pero que desgraciadamente es un genérico. Cometí ese error, lo admito, y hoy me han dado un rapapolvo sin orgasmo añadido con la condición de que en mi verborrea global anuncie su nombre y preparados a los cuatro vientos. Acabo de hacerlo y ha sido agotador. Mis tres secretarias trabajando el discurso para que yo lo recitara como un espontáneo anuncio positivo, poniendo mi boquita lo más pocholilla posible para dar cariño a la imagen. Tan pronto se ha desparramado la noticia a los siete continentes me ha contactado otro laboratorio, más grande todavía, más generoso con mi campaña que el anterior y me ha puesto a parir, aunque lo de parir, por eso de que son mujeres, no debe ser tanto como dicen. Me ha puesto como un trapo viejo y he prometido resarcirle infectando a los persas. Se han calmado de momento, sobre todo tras permitir abrir el grifo de sus compras con el laboratorio del malhumorado. Es cierto, me han dado inmediatamente una recompensa anunciando en su totalitaria prensa que el 60% de mi America First aprueba mi gestión, mi empeño en sacar esto adelante y de seguir atizando a los chinos por maquilladores compulsos y zorros desinformantes. Y para que nadie de nuestros enemigos se nos ría a la cara en estos momentos de stress he lanzado un órdago al desalmado de Vinozuela ofreciendo quince millones, en billetes limpios recién guillotinados para que nadie se contagie, al que me ofrezca en bandeja la cabeza del tronco ese, digo del madero. No, no ha sido por despecho, ni por infectarnos con el polvo blanco, que a buen remedio lo he tenido cuando la poronga ha estado remolona y la fiesta mustia. Ha sido por cobrárnosla e invertirla en la compra de armamento ajeno, chino o ruso, da igual, que no son sino dictaduras rojas mientras la nuestra es blanca, tranparente y con vaselina.

Bilatu