Ana Larrañaga | Gautegiz-Arteaga

Turismo, turismofobia, sobreturismo, turismo sostenible

Todo lo anterior se da indudablemente, en ese masivo dar vueltas al mundo que nos ocupa a tantos y a tantos humanos en la imparable necesidad de preparar un viaje, sufrirlo y contarlo.

Mientras el turismo suponga el 10% del PIB mundial, y genere uno de cada 11 puestos de trabajo, no hay mucho que hacer, seguramente regularlo, pero, ¿es suficiente la contención? ¿Los tornos en Venecia?, ¿aumento de precios en determinadas fechas?, ¿control de entrada a playas?... Seguro que no. ¿Entonces por qué no se hace partícipe al residente, al trabajador o al país de que se trate, de esas enormes cantidades de dinero que se mueven y que está constatado que solo 5 de cada 100 euros quedan en la zona afectada? Seguro que es difícil pero indudablemente posible si se tuviera el valor de enfrentarse a las compañías transnacionales que promueven sin piedad el turismo masivo a tantos y tantos destinos, con la absoluta perversión de hacernos creer que la decisión de elegir un lugar u otro, no depende de sus intereses sino que ha sido pensada por cada uno de nosotros.

Me inclino por algo más sencillo de visualizar: la contradicción entre lo que era, aquello que se va a visitar, y en lo que se ha convertido. La «pasividad bobina» –me encanta la frase por lo precisa– con que en grupos guiados por un paraguas multicolor, o lo que es peor en autobuses, nos conducen a sitios concretos únicamente para hacernos una foto, que por cierto, ¿la haríamos si no tuviéramos sufridos allegados a quien enseñarla a la vuelta? ¿Es eso una experiencia enriquecedora? ¿O se trata simplemente de visiones empaquetadas, de zonas convertidas en parques temáticos de lo que una vez fueron, reconstruidos los espacios y disfrazados patéticamente los personajes a la «vieja usanza»?

¿Que hacer? La pregunta queda en el aire, pero la respuesta –aunque nos empeñemos en que cada uno hacemos un viaje diferente: mochilero, cultural, deportivo o sexual–, pasa por reconocer que somos parte del problema, e implicarnos en buscar la solución.

Y... lo siguiente, preguntarnos sinceramente a la llegada si ha merecido la pena el esfuerzo. Si incomodidades y gasto han compensado lo que el viaje ha supuesto de enriquecedor, de apertura de mente, de comprensión de distintas realidades, o sin entrar en profundidades, si me he divertido en la misma proporción que cansado, aburrido o enfadado.

Y... decidir qué y cómo hacer el próximo viaje... si lo hubiera.

Bilatu