José Lázaro Ibáñez Compains y Jesús María Aragón Samanes | Arguedas

Una provocación estéril

Un nuevo ataque a una cruz del Vía crucis de Montejurra; esta vez le ha tocado a la treceava; un nuevo ataque sin sentido y estéril; la cruz no estorbaba el camino, ni su destrucción lo hace más llevadero.

Los carlistas sabemos que todos, y cada uno, no le damos la misma importancia a las mismas cosas; es evidente que el ataque no ha sido a unas piedras, sino a lo que significan. El, o los atacantes, tienen muy corta y flaca memoria; la mayoría de las peores páginas de nuestra Historia empiezan con el ataque a cosas, objetos, con un significado determinado e importante para un colectivo de gente; sabido es que a una acción suele seguir una reacción, que puede descontrolarse y causar más daño del recibido. No va a ser así esta vez, pues los carlistas sabemos, porque lo hemos aprendido de nuestra historia personal y grupal, que sólo se supera una etapa del desarrollo, tanto de la vida personal como social, dando una respuesta no unívoca, ni «equivalente» a la acción sufrida. Conocemos la Historia, también nuestra pequeña intrahistoria, y sabemos que no estamos condenados a repetirla.

En el caso que nos ocupa, puede que el atacante, o atacantes, desconozca, o haya malinterpretado el significado del símbolo, pues las cruces del Vía crucis de Montejurra no  son ninguna exaltación de nada ni de nadie; simbolizan la sublimación del dolor que producen los enfrentamientos, las guerras, para evitar caer en respuestas de venganza, o excesivas.

En todo caso, el ataque es un claro indicativo de que el, o los que lo han llevado a cabo, tienen un recorrido que hacer para superar el infantilismo que denota su acción.

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