A la hora de la verdad, ser Estado es lo que cuenta
Los Estados europeos volvieron a posponer ayer la votación sobre la oficialidad del euskara, el catalán y el gallego en las instituciones comunitarias. Varios Gobiernos adujeron que no se ha tratado el tema con suficiente profundidad, un argumento ya empleado en noviembre de 2023, lo que refleja la nula voluntad de varias capitales europeas a buscar el encaje legal necesario para hacer oficiales en la UE estas tres lenguas, que fue uno de los compromisos adquiridos por Pedro Sánchez para lograr el apoyo de los partidos vascos, catalanes y gallegos a su última investidura. Ante la evidencia de que iba a perder la votación, el Estado español optó por retirarla del orden del día una vez más.
Entre las razones de varios Estados para no querer abrir el melón de las lenguas oficiales destacan sobre todo dos. Por un lado, la campaña del PP español entre los Gobiernos europeos afines a su familia política busca minar los cimientos de la mayoría de la investidura y evitar una oficialidad a la que son contrarios por naturaleza. Por otro lado, no son pocos los países que cuentan con minorías nacionales significativas –el caso de las comunidades rusófonas en Finlandia y los países bálticos es el más evidente, pero no el único–. La mayoría de ellos ve con recelos abrir un camino que algunos de sus ciudadanos querrían seguir. El argumentario de estos países se aferra a supuestas dificultades jurídicas y económicas, pero no logra esconder la dimensión política de su negativa.
Cuando la retórica sobre los valores de la diversidad y la riqueza cultural europea chocan con la realidad de los Estados y sus intereses, es la lógica de estos últimos la que se impone. Frente a ensoñaciones acerca de la superación del Estado en instituciones como la UE y frente a discursos que pretenden presentar como algo pasado de moda la aspiración a convertirse en un Estado, no hace falta más que tocar un poco de hueso para que su fuerza vuelva a hacerse palpable. La Unión Europea, acepte o no en algún momento el euskara como lengua oficial –lo cual sería una gran noticia–, sigue siendo una asociación de Estados en la que, llegada la hora de la verdad, solo ser un Estado más garantiza ser tenido en cuenta.