Abordar el sistema tras la violencia machista

Un hombre mató la madrugada del jueves al viernes a su hija, tras lo cual se suicidó en el domicilio familiar de Bilbo. Según la información disponible, el hombre había agredido previamente a su pareja, que salió de la vivienda para pedir ayuda ante las amenazas de él de matar a madre e hija. Para cuando la Policía Municipal llegó a la casa, avisada por unos viandantes que se encontraron a la madre, el padre ya había cometido el crimen y se había quitado la vida.

La violencia vicaria es quizá la expresión más salvaje de la violencia machista. Desarma explicaciones racionales y genera preguntas que, en un primer momento, solo conducen a la desolación. En este sentido, la violencia vicaria es tan contraintuitiva que la tentación de achacarla a la enajenación particular de un individuo es muy grande. Pensar que se trata de un caso aislado, atribuible a las circunstancias concretas de un hombre, ofrece una explicación tranquilizadora que sitúa lo ocurrido en el campo de la excepción. Pero no es así, la violencia vicaria no es la salvedad, sino una de las expresiones más crudas del patriarcado. Es decir, de la norma. Es uno de los últimos eslabones, pero es difícil explicarlo sin todos los demás, sin un sistema de dominación que, en su versión más extrema, lleva a un hombre a matar a su hija para dañar a su madre. Si no se entiende esto difícilmente se podrá incidir sobre las raíces del problema.

No hay consuelo en este momento, ni hay lugar para la complacencia, pero cabe apuntar que si ayer nadie dudó en identificar el crimen como violencia vicaria es por la labor que el feminismo ha hecho en los últimos años para identificar y señalar las diferentes vertientes de la violencia machista. Por supuesto, no es suficiente. Reconocer las diferentes expresiones de este fenómeno no sirve para blindarse ante él. Pero da pistas sobre las que seguir trabajando en torno a lo avanzado durante los últimos años, haciendo frente a la reacción que crece en todas las coordenadas. Frente a quienes defienden que el feminismo ha ido demasiado lejos, tragedias como las de Bilbo recuerdan todo lo que queda por recorrer.

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