Al virus hay que enfrentarlo con la gente, no frente a la gente

Los testimonios del sistema de Atención Primaria que hoy abren este periódico dan mucho que pensar. El espacio designado por las instituciones como primera línea de defensa contra la pandemia en esa fase veraniega está sufriendo por todas sus costuras: no es de recibo que médicos estén atendiendo a 50 pacientes al día ni que rastreadoras se reconozcan impotentes para hacer bien su labor no ya ahora que los rebrotes se multiplican, sino incluso cuando hace unos pocas semanas eran muchos menos.

Releyéndolos, queda claro que no están pidiendo más descanso ni más pluses; solo más medios para realizar la misión que la sociedad les ha encomendado. Se les entiende perfectamente cuando explican que están haciendo una triple labor simultánea (la suya propia, las suplencias y la exigida por el covid-19), pero con esta denuncia suman una cuarta: están haciendo lo que deberían haber hecho los responsables del sistema sanitario. Porque no tendrían que estar en los periódicos, sino en sus consultas, quirófanos, laboratorios...

Saliendo de esos centros de salud a las calles hay un mismo espíritu comunitario. La activación de redes vecinales solidarias fue automática cuando el covid-19 asaltó Euskal Herria. Grupos de bomberos voluntarios se pusieron el buzo para desinfectar residencias. Cajeras, carniceros, pescateras, panaderos, kioskeros... mantuvieron sus persianas abiertas para dar servicio de alto riesgo en unos días en que no había ni mamparas, qué decir ya mascarillas o PCR... Y pasando de las calles a las casas, más de lo mismo: la población entera se confinó porque así se lo decían el sentido común y el deseo de proteger y protegerse, no un estado de alarma.

¿Por qué desconfían?

Esta actitud de responsabilidad colectiva –si siempre en todo hay excepciones, lo destacable es que han sido poquísimas– ha ofrecido a las autoridades unas condiciones idóneas para tomar las decisiones pertinentes, duras sin duda. Han dispuesto de un caudal de confianza sin precedentes; no cabía otra opción. En esto, en Euskal Herria seguro cualquier tiempo pasado fue más complicado; ¿qué acogida hubiera tenido un estado de alarma con tal control ciudadano y el plus del protagonismo policial e incluso militar hace 20, 40, 60 años? Podemos parar un momento a imaginarlo...

Sin embargo, no todas las instituciones están mostrando la misma confianza en la ciudadanía que al revés. El modo en que está gestionando este asunto el Ejecutivo de Lakua lo refleja. Tan surrealista como que los profesionales de Atención Primaria hagan lo que deberían hacer sus responsables resulta que sea la oposición (EH Bildu y Elkarrekin Podemos) quien ofrezca su ayuda incondicional a un gobierno que tiene enfrente un problema de tal magnitud y debería ser quien estuviera reclamando colaboración. La preocupante desconexión tuvo una prueba el jueves en la comparecencia de la consejera de Salud, Nekane Murga, situando en la gente la responsabilidad de los rebrotes. Es comprensible que en una situación de crisis como esta las instituciones tengan legitimidad para reprender conductas indebidas, pero no lo es que se acuse a la gente de hacer simplemente lo que se le ha dicho que haga. Todo traslada un trasfondo de desconfianza que no tiene razón de ser. Y para superarlo hay que dialogar cara a cara, con mascarilla pero mirándose a los ojos. Esta lucha solo se puede ganar con la gente, no sin la gente, ni pese a la gente, ni mucho menos contra la gente.

Un curso para participar

Abrir esa brecha es un error que no se puede permitir en un contexto así. No es que la nueva normalidad no sea posible, como dijo la consejera; es que está aquí. A la vuelta de la esquina, por ejemplo, viene un curso escolar cuyo desarrollo impactará tremendamente mucho más allá del nivel educativo, desde el sanitario hasta el laboral, pasando por la conciliación y la desigualdad en general. Las administraciones tiran piedras contra su tejado si no hacen partícipe a la gente de sus planes, los principales y los de contingencia, los recursos disponibles y los que se pueden implementar, lo que pueden hacer ellas y lo que tendremos que hacer nosotros.

A partir de ahí será más sencillo que logren prorrogar la cooperación general que ya se impuso cuando la pandemia irrumpió en pleno curso anterior sin avisar. Esto es complejo, resulta arriesgado, requiere liderazgo y precisa empatía, pero no hay otra forma de hacerlo.

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