El coste de España y el beneficio de Colombia

Todos los expertos en resolución de conflictos ven el apretón de manos en Colombia como la mejor noticia en años, quizás décadas. No es exagerado: uno de los más exhaustivos conocedores del proceso sudafricano y otros, el periodista John Carlin, lo define como «el acuerdo de paz más trabajado, detallado, complejo, extenso, inventivo y ejemplar que el ser humano ha concebido hasta la fecha». La figura clave entre bambalinas se llama Jonathan Powell; sí, es el mismo que gestó la Conferencia de Aiete de la que se van a cumplir cinco años. Igual que el Rufi Etxeberria que estos días ha asistido a la conferencia guerrillera de las FARC es el mismo que estrechó aquel día la mano de Kofi Annan.

Mucho más dudoso es que Juan Carlos de Borbón que aparece en la foto histórica de Cartagena de Indias sea el rey emérito que obvió la Declaración de Aiete. O que José Manuel García Margallo, también allí ayer, sea el ministro que acaba de proclamar en Donostia que a veces la guerra es mejor que la paz: «Un ataque terrorista se supera, pero la disolución de España no». ¿Y Baltasar Garzón, otro presente en Cartagena, no es quien intentó impedir que la izquierda abertzale abriera la puerta de la resolución encarcelando a Arnaldo Otegi y sus compañeros?

La incoherencia más absoluta marca la posición española (al menos ha tenido la decencia de no enviar, como otros países, a sus jefe de Estado y Gobierno). En su perversa lógica, seguramente piensan que ellos han sido más listos porque han logrado casi gratis aquello por lo que Bogotá ha pagado precio. Pero no es cuestión de mero coste, sino también de beneficio, en el exterior y en casa. La solución alcanzada sitúa a Colombia como modelo ante el mundo, al contrario que una España enrocada en sus propias trampas. Y fortalece a su establishment para el conflicto político interior que sigue su curso por vía pacífica y democrática, mientras en Euskal Herria el unionismo es cada vez más débil, en representación y en argumentos.

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