La Federación Navarra de Municipios y Concejos presentó ayer en el Parlamento un informe sobre la evolución de la población durante la última década. Se trata de un documento que recoge básicamente datos estadísticos, no obstante, los cambios que reflejan los números muestran algunas tendencias que invitan a la reflexión. Así, la población ha crecido menos que en la década anterior, posiblemente como consecuencia de la crisis económica que padecemos desde 2008; pero quizás lo más significativo sea la desigual evolución de la población en el territorio: mientras la zona Media y el Pirineo siguen perdiendo habitantes, las comarcas urbanas de Iruñea y Tutera son las que más población ganan.

Los núcleos urbanos continúan creciendo a costa de las zonas rurales en una dinámica presumiblemente muy similar a la de otras zonas agrarias de Euskal Herria. La cada vez más escasa y poco diversificada actividad económica en el ámbito rural, los limitados servicios y las insuficientes alternativas culturales hacen que sus habitantes opten por ir a vivir a las zonas urbanas. Esta tendencia se agudiza, además, en épocas de penuria, como la actual, donde la escasez de recursos y los recortes hacen que poco a poco desaparezcan imperceptiblemente servicios y oportunidades. La reducción de la asistencia o el cierre de servicios suelen ser decisiones discretas que no provocan grandilocuentes declaraciones pero que contribuyen con fuerza a acelerar el éxodo silencioso de la población rural.

El abandono del campo supone una pérdida de riqueza y de patrimonio natural y cultural que, además, hipoteca el futuro de la sociedad. Un país equilibrado necesita de las ciudades y también de los pueblos y las zonas rurales. Solamente una estrategia institucional que por encima de la coyuntura dote a las regiones apartadas de servicios mínimos, de oportunidades económicas y de recursos culturales que hagan que la vida sea también atractiva en el ámbito rural puede revertir esta peligrosa dinámica.