El pueblo bielorruso expresa deseos de cambio

Según los resultados oficiales, el actual presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, venció en las elecciones del domingo con el 80% de los votos. La oposición reunida en torno a la candidatura de Svetlana Tijanovskaya, mujer de uno de los aspirantes arrestados, no habría llegado ni al 10% de los sufragio, apuntan los datos oficiales. Unos números que prácticamente coinciden con las estimaciones que se hicieron públicas la noche electoral y desataron una indignación que rápidamente se transformó en protestas que fueron duramente reprimidas.
Tras 26 años en el poder da la impresión de que Lukashenko, por encima de cualquier otra consideración, buscaba alargar su mandato una legislatura más. Para lograrlo, no ha dudado en encarcelar a los candidatos con mayores posibilidades de disputarle la victoria. Tampoco ha tenido reparos en reprimir las protestas. Sobre la limpieza del proceso electoral valga como dato que ni siquiera la OSCE ha participado en su verificación porque, según el organismo internacional, las autoridades bielorrusas cursaron la invitación demasiado tarde. Unos comicios con muchos puntos en común con aquellos que tuvimos en Euskal Herria en los que algunas opciones eran ilegalizadas.
Por otra parte, Lukashenko achacó los disturbios a injerencias externas, pero ha sido el quien ha construido su campaña atacando a Rusia, algo que, por otra parte, no había ocurrido hasta ahora. Sin embargo, la crisis de la globalización y la creciente atención a los problemas internos en un mundo que se desintegra no avalan esa hipótesis. Lo que está ocurriendo responde, sobre todo, a la dinámica interna del propio país. Sin duda, Lukashenko mantiene apoyo popular, pero durante su largo mandato también se han producido cambios –entre ellos, el generacional– que han transformado el país. El tiempo de las revoluciones de colores ya pasó, pero los deseos de cambio, tarde o temprano, terminan abriéndose camino.

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