El sistema carcelario, reflejo de una sociedad

José Ángel Benítez falleció en su celda de la cárcel de Zuera (Zaragoza) el 14 de octubre de 2016. La primera versión oficial habló de muerte natural, si bien una segunda autopsia dictaminó que el fallecimiento se debió a un atragantamiento. La Audiencia de Zaragoza ratificó recientemente el archivo de la causa, alimentando la idea de una muerte causada por una fatalidad. Sin embargo, las condiciones en las que estaba encarcelado este bilbaíno, relatadas en la entrevista que se publica en las primeras páginas de esta edición, sugieren que la muerte de Benítez podría haber sido una fatalidad perfectamente evitable si no fuese víctima de un modelo penitenciario caduco e inhumano que nunca tuvo la reinserción como objetivo real más allá de un escaparate hace tiempo descuidado.

Benítez acababa de cumplir 40 años, de los cuales llevaba casi la mitad (18) encarcelado en régimen de aislamiento, cumpliendo una pena de 38 años derivada de la suma de numerosos delitos cometidos cuando era joven y toxicómano; estaba en tratamiento siquiátrico y, dos veces al día, se le obligaba a tragarse de golpe 10 pastillas y tres sobres de medicación. Más allá de la causa concreta que provocó el deceso, sobre el cual sus allegados tienen el derecho a conocer todos los detalles –algo que las autoridades penitenciarias y judiciales están impidiendo–, la muerte de Benítez condensa gran parte de los males que aquejan al sistema carcelario español. Que una persona con trastornos siquiátricos muera a los 40 años en una celda tras pasar media vida sufriendo la dispersión y el aislamiento penitenciario debería avergonzar a los gestores de este modelo inhumano y, sobre todo, deshumanizador.

En las instituciones vascas está presente la demanda de la competencia de prisiones, una iniciativa que cuenta con el apoyo de una amplísima mayoría social y que, más allá de la cuestión puramente competencial, debería servir para abrir un debate amplio y franco sobre qué modelo penitenciario queremos construir, conscientes siempre de que, en último término, la cárcel no es sino el reflejo más cruel y sincero del carácter de una sociedad.

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