Europa es un espacio vital para la lucha por la emancipación

La ultraderecha y las fuerzas reaccionarias han situado Europa como una prioridad en su agenda política. De la mano de Steve Bannon, el jefe de estrategia de la campaña que aupó a Donald Trump a la presidencia de EEUU, diferentes partidos y movimientos de extrema derecha buscan alcanzar mayores cotas de poder institucional en diferentes países y marcar la agenda pública continental con debates como el de la migración. Ayer mismo Bannon se encontraba en Roma, apoyando a los ultras de Fratelli d'Italia, dentro de esta campaña que mira abiertamente a las elecciones europeas de 2019.

En el contexto de la crisis del sistema capitalista y las instituciones de la democracia representativa tradicional, en medio de una revolución cultural disparada y marcada por las nuevas tecnologías, han encontrado una veta para su discurso liberticida, xenófobo y neoliberal. Se presentan como «políticamente incorrectos», cuando lo que son es fascistas.

El problema es que la resistencia que están encontrando es mínima. Es evidente que el establishment europeo teme más a la izquierda radical y a las fuerzas democráticas que a la ultraderecha y a los políticos autoritarios. Mientras los primeros cuestionan los principios del sistema y promulgan un cambio profundo en términos de igualdad y justicia, los segundos no ponen pega al neoliberalismo y defienden unos privilegios de los que lo único que les interesa es tomar parte. En ningún caso alcanzan la categoría de amenaza.

Sin ir más lejos, el Gobierno de Syriza en Grecia suponía un desafío para las estructuras de poder comunitarias y se le respondió con medidas salvajes. No se podía permitir que su ejemplo se contagiase a otros países. Lo mismo con la República catalana. También temen más a Jeremy Corbyn que a quienes ganaron el referéndum del Brexit basándose en mentiras sobre la propia Unión Europea, como si con las verdades sobre su inoperancia y sus políticas suicidas no fuese suficiente. Mientras tanto, a los ejecutivos de Hungría y Polonia o a las políticas migratorias del Gobierno italiano se las considera una distorsión en los «valores europeos» y se les responde con retórica y amenazas difíciles de creer. Su ejemplo se está contagiando sin límites. Es cierto que la respuesta no es sencilla, sobre todo porque ser tajante en esos límites abona un victimismo que comulga con la atmósfera moral de los tiempos. Pero se debe confrontar con esa tendencia autoritaria y hay que exigir que se haga sin complejos y de manera vehemente.

Los defensores del statu quo y los conservadores consideran en cierta medida a los reaccionarios funcionales para sus intereses, en base a un juego posicional según el cual tener alguien a su derecha les da centralidad y les sitúa como garantes de la estabilidad. Es una visión irreal. Lo cierto es que el centro bascula a la derecha y en el debate público se asumen los marcos mentales establecidos por este movimiento reaccionario. Rigen la desesperanza y, sobre todo, el miedo.

Un frente abierto a las alianzas

Si la extrema derecha considera Europa un campo de batalla crucial, lo lógico es que la izquierda y los demócratas también la conciban como tal. En términos de valores, sin duda, pero sobre todo en términos de práctica política. Tal y como señala Josu Juaristi en su entrevista hoy en GARA, urge construir un relato alternativo al del miedo. Un relato de esperanza sobre el que cimentar una lucha política emancipatoria basada en la solidaridad, en la justicia y en la democracia. La izquierda tiene esa responsabilidad, sin esperar a nadie pero abierta a alianzas con quienes estén dispuestos a combatir a las fuerzas reaccionarias y autoritarias. Eso, aquí y ahora, significa oponerse a la reacción del régimen del 78.

En Euskal Herria esa derecha autoritaria es una fuerza en decadencia y la ultraderecha no va más allá de grupúsculos marginales pero peligrosos. Aun así, siguen ostentando una posición de poder, en gran medida derivada de la imposición española. Las diferentes tradiciones de lucha vascas han vacunado en cierta medida a este país contra esas fuerzas, pero tampoco lo han hecho indemne a su influencia. Sus falsedades y sus prejuicios tienen una gran capacidad de penetración social, no solo entre los privilegiados y retrógrados, también entre las personas y comunidades abandonadas por el sistema. Hay que combatir esas mentiras y esos prejuicios, a la vez que se plantean alternativas. En su pequeñez, eso es en lo que Euskal Herria puede ser una potencia.

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