Hay que lograr que el sexismo social pierda la batalla de los pinchazos y se coma su miedo

Un mes después de los primeros pinchazos a mujeres en el contexto de fiestas, no está clara la motivación de los agresores particulares –entre otras cosas porque no ha sido identificado ni delatado  uno solo de ellos–, ni se sabe si existe algún vínculo entre ellos más allá de su ideología sexista. Lo que sí está claro es el efecto que esta práctica violenta ha provocado en la sociedad vasca: la reproducción del terror sexual y coerción para las mujeres.

Izaskun Landaida, Maitena Monroy y Nerea Barjola analizan hoy en GARA cómo funciona esta amenaza machista y cómo hacerle frente. Desde trayectorias, perspectivas y posiciones diferentes, estas tres feministas ofrecen un compendio de conceptos, ideas y estrategias que pueden ayudar a entender lo que está pasando y así poder combatirlo. La receta es, por supuesto, más feminismo, pero eso se dice fácil y se hace difícil. El heteropatriarcado es un sistema, no dos ideas, ni cuatro garrulos. Ni una aguja.

Qué importante son en esta lucha los conceptos, qué importante utilizar «alerta feminista» en vez de reproducir la «alarma social» que refuerza al sistema.

Llegados a este punto, los objetivos compartidos pueden ser, entre otros, poner freno al miedo y salvar el máximo posible de vidas plenas. Para estas fiestas y para las que vengan. Hay que confiar en que si todas las personas y organizaciones que defienden el feminismo aciertan, o lo intentan, el resultado será que menos mujeres sufrirán estas agresiones y menos hombres las perpetrarán. A unas se les ampliarán los horizontes y a otros se les restarán privilegios.

En el plazo corto, hay que limitar el daño; en el largo, hay que avanzar hacia una sociedad más justa y libre. Entre los objetivos debe estar que el sexismo social sufra una derrota porque no logra generar más miedo ni coartar más libertades. Más feminismo significa, también, que este movimiento gane terreno.

Lucha de narrativas, de espacios y de valores

El relato sobre los pinchazos reproduce de manera escalofriante anteriores crónicas del peligro sexual. Lo explica perfectamente Barjola en “Microfísica sexista del poder’, sobre el caso Alcàsser. En unos casos de manera inconsciente y en otros de forma estratégica, se pretende limitar aún más la libertad de las mujeres. Lo hacen bajo un manto de paternalismo, lo mismo juzgando las costumbres de las mujeres que con protocolos parciales. De nuevo, se pone la carga de la prueba sobre ellas.

Con subterfugios y grados, se sigue poniendo en duda la palabra de las mujeres. Mientras, se sigue esquivando poner el foco en los hombres y en su régimen violento. Hace tiempo que se viene alertando de cómo la revolución feminista iba a tener una contraofensiva patriarcal. El sexismo social se rearma para contener los cambios que considera que hacen peligrar su hegemonía, su poder, sus privilegios.

De igual manera que no hay un solo feminismo y esto es considerado un valor, es probable que no haya una sola estrategia válida para avanzar en la salvaguarda de los cuerpos de las mujeres y en la liberación de espacios. Seguridad es ahora condición de libertad y hay que ser exigentes con las instituciones. A la vez habrá que articular mecanismos comunitarios de autodefensa. Por supuesto, hay que apoyar a las chicas y dar instrumentos a chicos y chicas para que se liberen de sus mandatos de género, para que no sean la clase de gente que este sistema les ha asignado. Habrá incluso que vigilar y castigar, qué remedio, sin por ello dar por buenos los mecanismos represivos del sistema que tiene objetivos antagónicos a los de los movimientos de emancipación.

A veces una elige sus batallas y otras veces es al revés. Contra la opresión y por la libertad, hay que tener voluntad política de ganarlas todas.

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