Italia vota «statu quo»: ni debacles, ni catarsis


Italia ha votado en unas elecciones que muchos especialistas de salud calificaban como de «locura» y que habían sido aplazadas varias veces. Se dirimía el gobierno de seis regiones y un referéndum sobre la reducción del número de parlamentarios –de los 945 actuales a 600 en la próxima legislatura: 400 en la Cámara de Diputados y 200 en el Senado–. Una cita con las urnas en plena segunda ola de contagios, con predicciones que hablaban de «punto de inflexión» y de «señal de alerta» para el primer ministro, Giuseppe Conte. Se hablaba de dos tsunamis: uno llamado abstención y el otro, Matteo Salvini. Se daba por hecho que el equilibrio del poder en Roma quedaría tocado y todos miraban con especial atención a Toscana, cuyo resultado iba a dar forma a la narrativa postelectoral.

Pero los primeros resultados dicen otra cosa. El centroizquierda retiene las regiones de Campania, Puglia y, sobre todo, Toscana, bastión histórico de la izquierda. El centroderecha hace lo mismo con Véneto y Liguria, y conquista las Marcas. En el referéndum constitucional votó un 53,4% del censo electoral, con un 70% de síes. No hubo volteretas ni resultados catárticos, ni tsunamis ni debacles políticas. Italia sigue como estaba, sin sobresaltos electorales, como si estuviera de vuelta a la casilla de inicio, solo que con más cansancio, con más fatiga pandémica, con una sensación más fuerte de el fin de esta sigue lejos.

Al principio de la pandemia, en Italia resultó natural imaginar un momento en el que todo terminaría y todos hablarían, con un alivio emocionado y herido, de lo muy difícil que había sido para el país y de lo felices que estaban por haberlo superado. Han pasado las elecciones, en relativa calma para un país acostumbrado a dramáticas crisis políticas que van y vienen. Pero la pandemia persiste, por encima de todo. La compararon con una guerra y alimentaron la fantasía de que quizá en setiembre, con una vacuna, habría un “Día de la Liberación”. Italianas e italianos han votado statu quo. Ni en las urnas ni con la pandemia han apostado por cambios catárticos.

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