Justicia, derechos humanos y soluciones, a compás de una genealogía de la libertad

Las calles de Bilbo volvieron ayer a ser escenario en una manifestación multitudinaria para denunciar la excepcionalidad jurídica que se sigue aplicando a las y los presos vascos. Esta cita anual es una movilización masiva para reivindicar los derechos humanos, para recordar que la crueldad nunca debe regir la política y que la venganza no es sinónimo de justicia. El lema de la marcha, «Behin betiko» (de una vez por todas), expresa claramente que, si se quiere avanzar en el camino de la democracia, la justicia, la paz y la convivencia, la sociedad vasca no se puede permitir la rémora de seguir teniendo presos y presas eternamente.

Llegados a este punto, un recordatorio ya habitual para los moralistas con presbicia: en Euskal Herria la impunidad no se sitúa en este lado, que ha cumplido con creces sus castigos legales e ilegales. En este momento histórico, un escenario sin personas encarceladas a causa del conflicto es de justicia, es legal, es ineludible y es políticamente positivo.

Los pasos que se han dado en este terreno han sido tardíos, parciales, insuficientes y, sin embargo, muy importantes. No solo para las y los presos, ni para sus familiares, sino para toda la sociedad vasca.

La afluencia masiva de personas a estas marchas, año tras año, en números que no se dan en otras reivindicaciones igual de justas, indica que no es un tema del pasado. Esa herida política sigue abierta. En todo caso, la desidia respecto a los derechos, la justicia y la memoria no es algo a reivindicar. A las instituciones y a la sociedad vasca les conviene no olvidarse de los problemas, les urge solucionarlos.

Una tradición de la que Mujica es símbolo

Junto con la ideología, los legados y la disciplina militante, una de las cosas más importantes en política son las genealogías de lucha. El feminismo es el movimiento que más claramente ha formulado esa relación. Seguramente, no hay genealogía global más reconocible que la de las y los prisioneros políticos.

Para un país, participar de esa genealogía es un sufrimiento y a la vez una responsabilidad. Obliga a estar a la altura de militantes muy comprometidos y de movimientos inspiradores.

Como parte de esa tradición, en su visita a Euskal Herria, Angela Davis se reconoció en el espejo de Arnaldo Otegi y sus compañeros y compañeras. «Free Them All» (Liberad a todos y a todas), afirmó, con su visión antipunitivista y abolicionista del sistema de prisiones. Debido a esa solidaridad internacionalista, Urko Aiartza representó a los líderes vascos en prisión ante el féretro de Nelson Mandela. Al escribir su libro “John Lennon ha muerto”, la militante irlandesa Síle Darragh conectaba con las luchas carcelarias palestinas, vascas, latinoamericanas…

Pepe Mujica es parte de esa genealogía, un símbolo global de lucha. Saber que su enfermedad no tiene cura y solo le queda esperar a morir impacta en esa gran familia política y en todo el mundo decente.
No es fácil que de una persona a la que han tratado como a un perro surja un humanista. Este sistema opresivo hace creer que hay gente que se merece ese trato, personas que solo pueden arrepentirse o padecer su merecido. El castigo y la injusticia llaman al rencor, y esa lógica se reproduce como si fuera verdadera y útil. Revertir esa lógica con el ejemplo, como ha hecho Mujica, es revolucionario. Por ese ejemplo hay que estarles agradecidos a él y a sus compañeros.

La realidad es que en esas celdas, en esos patios y en esos locutorios, donde por supuesto que se cometen errores y se conoce de primera mano las miserias humanas, se curte la solidaridad, se educa el pensamiento colectivo, se entrena el humor y se defiende y la dignidad humana. Y, por puro contraste, se entiende la importancia que tiene la libertad para las personas, los pueblos y la Humanidad.

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