La emergencia climática exige otro estilo de vida

El lunes se celebró el Día Mundial de Lucha Contra la Desertificación. La fecha ha servido para que diferentes organismos públicos, universidades, organizaciones internacionales y movimientos sociales den a conocer esta semana las iniciativas que están desarrollando para proteger la tierra de la sequía y la desertificación. Así, hemos sabido que la Agencia Espacial Europea colabora con Mali en un programa en el que utiliza 26 satélites para observar la evolución de la vegetación y prevenir hambrunas. Otras iniciativas proponen el uso de sensores para saber en qué zonas regar o cuánta agua emplear, información que además podría ser enviada a los móviles de los agricultores gratuitamente. Todos ellos proyectos loables que tratan de utilizar la tecnología disponible para facilitar la gestión de la actual emergencia climática en todas sus manifestaciones.

Sin embargo, los problemas medioambientales no son una cuestión que pivote sobre la tecnología. Desde luego, puede ayudar a mejorar la gestión, por ejemplo con un uso más racional del agua, pero poco más aporta. Como señalaron los responsables de la ONU para el desarrollo y la lucha contra la desertificación, nuestro mundo moderno está agotando la infraestructura natural de la que depende. Y en esas prácticas insostenibles la demanda de los consumidores de los países con gran poder de compra –los países llamados desarrollados– es la que mayor presión ejerce. El mayor o menor uso del agua depende efectivamente del uso de tecnologías adecuadas pero, sobre todo, está condicionado por la fuerza que ejercen determinados modelos de vida y de consumo. Es por ello que una importante responsabilidad recae en la ciudadanía con poder económico y un modelo de vida insostenible.

Esta responsabilidad apela directamente también a la sociedad vasca para que revise su estilo de vida. Como señala la ONU, apostar por los productos locales, sostenibles y de temporada puede ser un buen comienzo.

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