La gente corriente pierde las guerras comerciales

Hoy entran en vigor los aranceles estadounidenses a las importaciones tantas veces anunciados por Donald Trump. Las mercancías provenientes de Canadá y México pagarán una tasa general del 25%, y las que llegan desde China, que ya soportan una importante carga arancelaria, un 10% más. Washington mantiene, asimismo, la amenaza de imponer aranceles a la Unión Europea, medida que califica como necesaria para corregir el abultado déficit comercial que soporta y que alcanza los 155.000 millones de dólares.

Las razones argüidas por Trump para imponer esos aranceles a sus vecinos se refieren a su escasa implicación en la lucha contra los cárteles de la droga y la inmigración. Sin embargo, en el caso de Canadá, también ha apuntado a las restricciones que tienen los bancos estadounidenses para operar. En ese sentido, por ejemplo, la visita a Panamá del secretario de Estado, Marco Rubio, ha terminado con el anuncio del presidente, José Raúl Mulino, de que no renovará el memorando de entendimiento del proyecto chino del Cinturón y la Ruta. A menudo la retórica apunta en una dirección, pero los fines que se buscan pueden ser otros y, en ese contexto, los aranceles se convierten en una simple medida de presión. De ahí que ayer, tras hablar con Trump, la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, anunciara que habían acordado una pausa de un mes para negociar un acuerdo. En tanto en cuanto no se formulen los objetivos de forma explícita es difícil valorar el alcance que tendrá lo que todo el mundo ha calificado como guerra comercial.

En cualquier caso, si se mantienen en el tiempo, las subidas indiscriminadas de aranceles suelen afectan a la economía, pueden obligar a modificar cadenas de suministro, a veces en direcciones inesperadas, a causa de la estrecha interrelación de los flujos de mercancías y, sin duda, empujarán los precios al alza, lo que terminará repercutiendo directamente en una aumento del coste de la vida. Desde China hasta la UE, todos coincidieron en que las guerras comerciales no las gana nadie; faltó añadir que las militares tampoco.

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