La izquierda no puede dejar que le marquen el paso ni le impongan agendas o valores ajenos

Parece que haya pasado una eternidad, y ayer se cumplían tan solo cinco años del referéndum por la independencia de Catalunya. Un lustro, lo que en Historia es apenas un suspiro en el que, sin embargo, caben una pandemia, una y más guerras, una crisis energética y una inflación galopante que amenazan con asfixiar a las clase populares de todo el mundo.

Eso, en cinco años. Porque en apenas una semana, a lomos de la emergencia climática y la amenaza nuclear, ocurren sabotajes sin reivindicar en el fondo del mar Báltico con un resultado fatal para el medioambiente y se suceden declaraciones que amenazan con eternizar la guerra. El alargamiento del enfrenteamiento bélico castigará de nuevo a la población más débil de todos los continentes.

Esta misma semana la libra se hundía y el FMI valoraba intervenir en Gran Bretaña.. Como consecuencia, el apocado líder del Partido Laborista, Keir Starmer, subía 20 puntos porcentuales en las encuestas. Más de la mitad de la ciudadanía británica lo ve ahora como futuro primer ministro. En mayo era imposible de creer. En Italia se confirmaban los pronósticos y la ultraderecha se alzaba con la victoria.

En sentido opuesto, las encuestas dan por seguro que el PT de Lula, tras pasar este por la cárcel de manera injusta, ganará hoy las elecciones. Si tiene algo de fortuna, liquidará a Jair Bolsonaro sin necesidad de una siempre arriesgada segunda vuelta. En cambio, revertir su legado llevará más de una legislatura.

La libertad no suele nacer de golpe

Hubiese sido fantástico que la democracia venciese a la primera en Catalunya, que el pueblo catalán hubiese doblegado con la sola fuerza de las urnas al aparato represivo español y a la burocracia europea. No era fácil, y el statu quo se impuso. Igual que se ejecutó el golpe constitucional contra Dilma Rousseff o el establishment laminó a Jeremy Corbyn. Igual que atacan la unión de las mujeres que se han alzado tras la muerte de la jóven kurda Jina Amini a manos de la Policía teócrata. La izquierda, los movimientos emancipadores y rebeldes, quienes quieren cambiar la realidad social en el sentido de la justicia y la libertad, siempre tienen las cosas más difíciles.

Cabe recordar que hace un siglo tampoco los rebeldes irlandeses lograron la independencia a la primera, ni siquiera la descolonización total de la isla a la segunda. Eso sí, en caso de inspirarse en el proceso de independencia irlandés, la referencia histórica no debería ser Eamon De Valera, sino Michael Collins con su capacidad de sacrificio, su visión estratégica y realismo político, y su confianza en el pueblo. 

Hay cada vez más cerillas en la oscuridad

Entretanto, Cuba acaba de aprobar en referéndum un nuevo Código de las Familias, una norma vanguardista que reconoce el matrimonio igualitario, regula el «embarazo solidario», prohíbe el matrimonio entre adolescentes y protege a las personas mayores, entre otras cosas. Votó el 74,01% del censo electoral, algo más de seis millones de cubanos, de los cuales casi cuatro millones votaron a favor de la propuesta elaborada en un largo proceso de participación, y cerca de dos millones votaron en contra. En esos datos se ven las tremendas fortalezas de la revolución cubana y también algunos de sus riesgos.

La democratización es un aspecto clave de la agenda revolucionaria mundial. Es crucial para abrir vías emancipadoras y para la redistribución de la riqueza. Además, es necesario el rearme ideológico y la innovación institucional. La izquierda no debe comprar la mercancia averiada del capitalismo. No puede instalarse en el reproche sectario, ni dejarse caer por pendientes reaccionarias, ni asumir como autocrítica los ataques de sus enemigos, ni ceder al fatalismo.

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