La revuelta contra Lenín Moreno es ya insurrección

En el onceavo día del levantamiento popular en Ecuador, la situación, lejos de calmarse, está cobrando nuevo brío y radicalidad. La revuelta liderada por la Conaie, uno de los movimientos indígenas más sofisticados del hemisferio que ya derrocó a tres presidentes en apenas una década, va camino de convertirse en una insurrección. Lo que empezó como una protesta de los transportistas contra el «paquetazo», las medidas de ajuste exigidas por el FMI, entre las que está el fin de los subsidios a la gasolina, es ya un desafío abierto contra Lenín Moreno, un presidente que no gobierna.

Quito, el epicentro de la rebelión protagonizada por hombres y mujeres indígenas llegados de las sierras, las costas y la Amazonía, por jóvenes, mestizos y trabajadores, es un campo de batalla permanente. Moreno, que ha huido a Guayaquil, ordenó anteayer el toque de queda y la militarización de la capital para así reprimir mejor lo que llama «revolución de los zánganos, de los traficantes, Latin Kings criminales y correistas movilizados por el chavismo». Chivos expiatorios con los que pretende distraer la atención. Sabe que el mundo le mira y todos apuntan a su figura, absolutamente transitoria, con tan poca credibilidad y tanto desgobierno, que la duda sobre si va a terminar o no su mandato es ya generalizada.

Moreno traicionó al proyecto de la Revolución Ciudadana con el que se presentó a las elecciones. Dio un giro de 180 grados, de realineamiento total y absoluto en todos los ámbitos, invitando al FMI a hacer ajustes brutales, llevando el país al eje estadounidense, con un miniproceso constituyente pero al revés, de restauración conservadora, para «descorreizar» el Estado. Se creyó un peón útil para el cambio de ciclo en América Latina, para acabar con una izquierda que gobernó y sacó de la pobreza a casi 100 millones de latinoamericanos. Se equivocaron, él y sus mentores. Ecuador vive una situación de emergencia democrática de la que solo se puede salir votando.

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