La Unión Europea necesita mucha vitalidad política

Construyendo el mundo en el que queremos vivir: una unión vital en un mundo frágil» fue el título que eligió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para su primer discurso sobre el estado de la Unión. Su alocución al Parlamento Europeo estuvo marcada por dos ejes. Por un lado, destacó la pandemia y sus consecuencias, tanto en el ámbito de la salud como en la economía, donde la transición ecológica aparece como la tabla salvadora. Por el otro, la cuestión de la migración y el asilo en la Unión Europea, aunque sin apenas hacer referencia al incendio del campamento de Moria y sin ofrecer muchas pistas sobre la propuesta que presentará la semana que viene.
Dos ideas del discurso de Von der Leyen revelan de manera clara los problemas que arrastra la Unión y su falta de vitalidad. Por una parte, está la apelación a construir ahora la Unión Europea de la salud. Visto lo ocurrido durante la pandemia aparece la necesidad de organizar estructuras de salud en el ámbito europeo. Pero esas competencias las han mantenido los Estados porque, concentrados como estaban en el euro y el rigor presupuestario, nadie previó que determinadas cuestiones fundamentales para el bienestar de la ciudadanía, como por ejemplo hacer frente a enfermedades que no entienden de fronteras políticas, exigen cierta centralización de recursos y decisiones. Por otra parte, la mención que hizo Von de Leyen a las «zonas sin LGTBQ» decretadas en Polonia calificándolas de inhumanas muestra que en la Unión Europea cada país marcha según su propia senda y que incluso los derechos humanos, que se esgrimieron con estandarte de la Unión, no son ni siquiera respetados en algunos de los países que la conforman, sin que ello suponga mayor problema.
Una unión de Estados construida en torno a una moneda ha puesto ahora de manifiesto la tremenda desunión política que esconde, incluidos los anhelos de la naciones sin Estado. Mucha vitalidad política necesita esa Unión.

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