La urgencia de organizar rutas seguras para migrar

La madrugada del 12 de octubre un tren atropelló a cuatro migrantes a las puertas de la localidad de Ziburu, matando a tres de ellos y dejando herido al cuarto. Al parecer, las cuatro personas estaban descansando en las vías, por lo que el maquinista no se percató de su presencia hasta que el tren los arrolló. Posiblemente acababan de cruzar la muga del Bidasoa y continuaron hacia el norte siguiendo el trazado del ferrocarril para evitar los abundantes controles policiales en las carreteras. Por desgracia, una vez más, la búsqueda de una vida mejor acaba dramáticamente.

Este luctuoso suceso vuelve a poner el foco en la migración y especialmente en esa frontera artificial que divide a Euskal Herria en dos y que, en vez de desaparecer, está volviéndose cada vez más hermética. En mayo y en agosto murieron dos personas ahogadas en el Bidasoa y en abril otra más apareció ahorcada en las inmediaciones del río, por lo que este pequeño paso en una esquina de Europa se ha cobrado la vida de seis personas en lo que llevamos de año. Un número escandaloso que pone de relieve que el cierre y la militarización de las fronteras no hace sino aumentar los peligros inherentes al éxodo al que se lanzan miles de personas a causa de la guerra, del hambre, de la pobreza o de la persecución política. Si todas esas muertes han ocurrido en un paso relativamente sencillo, qué no estará ocurriendo en otras rutas mucho más peligrosas. Solo pensarlo pone de manifiesto la dimensión de la tragedia diaria que supone que las personas migrantes carezcan de pasos seguros para su travesía.

Como señaló nada más conocer la tragedia el alcalde de Ziburu, Eneko Aldana, «Euskal Herria aspira a ser tierra de acogida y no a convertirse en un cementerio». Ese es el espíritu que anima a la sociedad vasca y el que debería animar también a sus instituciones para que cese esa persecución y se establezcan rutas seguras de paso para todas las personas migrantes.

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