La voluntad comunitaria de ser ejemplares

No hay por qué esperar a que los gobiernos de Madrid y París tomen decisiones respecto a cuestiones como el uso de las mascarillas. No hay por qué asumir el debate en clave de obligatoriedad y castigo. La sociedad vasca se puede adelantar, ya lo ha hecho antes. Ocurrió con la hostelería en Gasteiz al comienzo de la crisis, que cerró antes de que se decretase la clausura. Ha sucedido en el desarrollo de protocolos y medidas de prevención en la apertura de los comercios. Basta con impulsar prácticas coherentes y sanas, sin prejuzgar a la gente, adoptando compromisos particulares que cuando se suman acaban siendo colectivos. La ciudadanía vasca es suficientemente madura y crítica como para adoptar medidas compartidas en clave de solidaridad y cuidado mutuo.


El uso de mascarillas puede ser generalizado sin necesidad de decretos. Las excepciones pueden regirse por el sentido común y la corresponsabilidad. No es tanto en los espacios públicos como en los espacios cerrados. Lo importante es llevarlas allá donde hay más riesgo de transmisión, donde se comparten espacios con personas de fuera del entorno doméstico, donde no se puede garantizar el distanciamiento físico. No es fácil, pero es eficaz.


Los indicadores de los que la sociedad vasca está más orgullosa tienen que ver con una voluntad de ejemplaridad. Da igual si se mira a los índices de donaciones de órganos o sangre que a las miles de personas voluntarias del deporte de base, esos indicadores muestran valores importantes para la supervivencia y el desarrollo de un pueblo. Esos elementos tiene relación con un espíritu comunitario y cooperativo construido durante décadas en todos los ámbitos sociopolíticos, desde las empresas hasta los gaztetxes. Instituciones tan aparentemente antagónicas comparten en realidad valores como la resistencia, la disciplina o la autonomía. Son parte de la cultura política común y sirven para crisis como esta. Hay que activarlos.

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