Los «chalecos amarillos» fuerzan un debate general

El presidente francés, Emmanuel Macron, ha lanzado un «debate nacional». Propone que la ciudadanía delibere y decida sobre cuatro grandes cuestiones: fiscalidad, organización del Estado, transición ecológica, y democracia y ciudadanía. Un proceso participativo que está recogido en su ordenamiento político, que engarza con tradiciones participativas anteriores incluso a la Revolución, y que sin lugar a dudas marcará su mandato electoral y también su futuro político.

A nadie se le escapa que la iniciativa viene forzada por la persistente y tenaz movilización de los «chalecos amarillos» que ha transformado completamente el ambiente político en el Hexágono. En ese sentido, el presidente francés cede ante la presión popular y apuesta por tratar de dar una vía a las demandas de justicia social y democracia de un movimiento que, sin cabezas visibles, escapa a los usos tradicionales. Sin embargo, y más allá de la motivación que le anime, se trata de una decisión que amplía los márgenes de la democracia representativa para ofrecer un cauce directo a demandas sociales concretas. Al mismo tiempo, el hecho de que haya optado por un proceso participativo deja en evidencia la profunda crisis que sufren los sistemas de representación característicos de las democracias liberales, tanto en Europa como en el resto del mundo. El éxito de esta iniciativa vendrá condicionado por el modo en el que se concreten las conclusiones y por la forma en que se canalicen los resultados. La insistencia de Macron en que este debate no es ni un proceso electoral ni un referéndum advierte de que no parece muy dispuesto a aceptar todas las conclusiones del proceso.

El presidente francés cede ante la presión de las movilizaciones y trata de neutralizarla abriendo un debate general, algo bastante inusual por estos lares. Una iniciativa que ensancha márgenes al tiempo que subraya la debilidad del actual sistema representativo y que permite explorar nuevos caminos que profundicen la democracia.

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