Los compromisos globales no alimentan

Pocas cosas reflejan de forma tan cruda la distancia que separa los pomposos compromisos internacionales de la realidad diaria como el estado del hambre en el mundo. Todos los países miembros de la ONU se comprometieron en 2016 a lograr un planeta con Hambre Cero para 2030; de hecho, es el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. Desde entonces, sin embargo, el hambre no ha hecho sino aumentar. Es la propia ONU la que lo ha reconocido esta semana en el informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”.

Según el último informe, se calcula que 820 millones de personas carecieron en 2018 de los alimentos suficientes para combatir el hambre; son nueve millones más que el año anterior y es el 11% de la población total de la Tierra. Frente a los tópicos, las personas afectadas por el hambre en Asia doblan a las de Africa –la población asiática también es mucho mayor que la africana–; pero de acuerdo a lo esperable, la probabilidad de padecer inseguridad alimentaria es mucho mayor si eres mujer, ya sea en Asia, África o América Latina.

El informe se detiene también en destacar las cifras de la infancia: uno de cada siete niños nace con bajo peso y uno de cada cinco presenta retrasos en el crecimiento a los cinco años. Que pasar hambre es malo es una obviedad, pero es que está científicamente probado que una niña sin los alimentos suficientes tiene mucha mayor probabilidad de desarrollar unas capacidades intelectuales inferiores a las de otra niña bien alimentada. Cualquier narrativa acerca de la igualdad de oportunidades y la meritocracia caen por su propio peso en el momento en que un menor sufre malnutrición. La ONU identificó ya en 2017 los tres factores que explican el aumento del hambre: los conflictos, el clima y la desaceleración económica. Dicho de otro modo, guerra, crisis climática y capitalismo financiero. La tríada marca de forma diáfana la agenda a una izquierda global en busca de puntos cardinales.

Bilatu