Ni bajo la alfombra, ni con políticas a la carta

En 2015 más de un millón de personas refugiadas inició su camino hacia Europa. Sirios, afganos, iraquíes, eritreos, somalíes… una multitud tuvo que dejar atrás sus países e intentar buscar algo mejor para ellos y sus familias que la atrocidad de la guerra, los abusos, la tortura o el hambre. Fue un flujo de refugiados sin precedentes, con diferentes vías de acceso, que, en palabras de las autoridades europeas, «amenazaba el futuro» del continente y se había convertido en algo «explosivo».

Casi tres años después, la Unión Europea reclama haber contenido la crisis de los refugiados. Sin atisbo de autocrítica, se muestra moderadamente satisfecha de haber optado por externalizar sus propias responsabilidades a terceros países, como Turquía o Libia. Los convenios que firmó con ambos países le permiten, en cierta manera, esconder el problema debajo de la alfombra, mantenerlo alejado de la Unión Europea cuanto más tiempo posible, para no tener que hacer así frente a la situación.

Pero la crisis no está controlada. Nada más lejos de la realidad. Quizá los números de refugiados hayan decrecido en Francia, Alemania, Holanda o Gran Bretaña… pero la crisis sigue ahí, desatada, destapando miserias, en las fronteras de la UE, donde centenares de miles de refugiados siguen agolpados o cercados en campamentos internos, desesperados, a la espera de ser deportados. Formalmente, bajo la legislación internacional de derechos humanos, los estados europeos tienen la obligación de asegurar el acceso seguro y efectivo a su territorio de los demandantes de asilo. Pero en la realidad, estos viven en condiciones lamentables, solo aliviadas en muchos casos por la labor solidaria de miles de voluntarios. Cada día son más hostigados por fuerzas de extrema derecha que han encontrado un filón en la explotación del sentimiento popular contra los refugiados. Sin ningún principio de solidaridad efectivo, de forma vergonzosa, los estados europeos han apostado por una política de refugiados a la carta, cuando no por la inacción como opción.

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