No son los presupuestos, es la renuncia a la política

A tenor de todas las filtraciones de fuentes cercanas, el presidente español, Pedro Sánchez, usará el Consejo de Ministros de mañana para poner fin anticipado a su minúscula legislatura. Conviene empezar citando que aunque la devolución de los presupuestos no le pone fácil el camino, Sánchez no está obligado a acudir a las urnas; si opta por ello, será su legítima, pero políticamente discutible, decisión. Tampoco estaba obligado a suspender el incipiente diálogo con Catalunya, ni a conceder derecho a veto a las asociaciones de víctimas de ETA en la política carcelaria, ni a dejarse condicionar de nuevo por el viejo aparato del PSOE al que venció dos veces; no estaba obligado, pero todo eso lo ha hecho. Y ahí empieza su agonía actual.

La cuestión central no es que Pedro Sánchez hoy no tenga presupuestos, sino que no tiene capacidad ni autonomía política. Su legado a día de hoy está muy cercano al cero y eso no se camufla con el dato incuestionable de que su etapa en La Moncloa no ha cumplido aún ni ocho meses. Y no era cuestión de tiempo, como da a entender un PNV muy temeroso de la pugna electoral, sino de que el impulso se ha perdido y la expectativa se ha difuminado.

Si efectivamente se decanta por adelantar las elecciones y es el candidato del PSOE, obviamente Sánchez iniciará la carrera desde una posición de partida de perdedor. Una victoria del tridente de derecha y extrema derecha, que pronostican varias encuestas, supondría para él pasar a la historia como el mandatario más breve y para todo el Estado entrar en terra ignota. Ciertamente también puede aspirar a ganar, pero sería una nueva mayoría precaria junto a los soberanistas catalanes y vascos, lo que reproduciría la misma posición que ahora no ha sabido, no ha podido o no ha querido operativizar, y con los mismos problemas de Estado sobre la mesa. El problema no son unos presupuestos, por tanto, pero las soluciones tampoco pasan por unas elecciones sino por iniciativas políticas.

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